LECTIO DIVINA IV DOMINGO DE CUARESMA. CICLO -A- Jn 9, 1-41

CONTEXTO
“Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. (Jn 8,12-). Este es el contexto del texto que hoy domingo IV de Cuaresma nos propone la Liturgia. Jesús pronuncia estas palabras en medio de su polémica con los fariseos, y antes de encontrarse con el ciego, Jesús les vuelve a decir:” Les aseguro, antes que naciera Abraham, Yo soy”, y entonces tomaron piedras para tirárselas, …(Jn 8, 58). Al discurso de Jesús sucede el signo salvífico y esta es la invitación: reconocerle a Él como Luz del mundo y acoger la salvación por medio de su Espíritu. Jesús se encuentra en su camino con un joven que había nacido ciego. Lo sana con un gesto un poco llamativo (¡saliva con tierra!)... Pero este gesto expresa que el Señor se mete de lleno en nuestra humanidad, en nuestra historia, en nuestra "tierra"... 
La comunidad del noviciado y algunas laicas desplazándose por el sector del barrio para llevar el Kerigma, casa por casa, como actividad del proyecto de evangelización diocesano asumido por el párroco
 ¿QUÉ DICE EL TEXTO?
El evangelista nos narra un milagro precioso en  sábado. Jesús pasa junto a un ciego que pide limosna en el templo. Los discípulos se extrañan y le preguntan que quién pecó, influenciados por la creencia de que cualquier enfermedad era un castigo. Pero Jesús no habla, hace barro con saliva, unta los ojos del ciego  y lo manda a que se lave. Este hombre lleno de barro va a la piscina a lavarse  en esas aguas medicinales, y se cura (v.1-7). Viene una situación más difícil; una vez que es curado, entran en escena los vecinos y  los fariseos. Los fariseos acosan de preguntas a este hombre…y repite una y otra vez: “me puso barro y me lavé y ahora veo (vv-7-35)… Jesús enterado de que lo habían expulsado se hace el encontradizo…y le pregunta pero ¿tú crees en el Hijo del Hombre? y él contesta: ¿quién es, Señor, para que crea en él?  El que está hablando contigo, le dice Jesús. Entonces, ¡Creo, Señor! Y se postró ante Jesús (vv.36-38).

En el episodio del ciego de nacimiento hay también una progresiva revelación de Cristo. Se le reconoce como un hombre, como profeta, como Mesías, como alguien que procede de Dios. Mientras se abren progresivamente los ojos del ciego, no sólo a la luz del sol y de la vida sino también a la comprensión de la palabra y de la persona de Jesús, se va agudizando, por rechazo, la ceguera de los enemigos de su predicación, empecinados en no querer ver la luz. Contraste evidente entre un ciego de nacimiento que ve y unos videntes que quieren ser ciegos ante la luz. También aquí la revelación de Jesús llega a una personalización: Yo soy la Luz del mundo. En la palabra y en la obra de Jesús, en su persona, tenemos la salvación personal y colectiva de esa ceguera que envuelve a la humanidad, a partir del pecado que envilece la capacidad intelectual del hombre y lo lleva a sumergirse, a sabiendas, en el mundo de las tinieblas, en el rechazo de la luz como norma y forma de vida. Jesús salva siendo Luz del mundo.

Quien ha recobrado la vista dice a los fariseos que Jesús es realmente un profeta. Esto los enfurece más porque consideran despreciable al que ha sido curado. Jesús va a terminar su signo con lo más importante: la fe. El Señor no se queda solo en la curación "física" de la ceguera. Esta es signo de una curación íntima más profunda que da la luz interior, la luz de la fe. Por eso Jesús le pregunta al joven si realmente cree en el Hijo del Hombre, es decir en Él mismo en cuanto Señor y Mesías. El que ha sido curado confiesa un profundo acto de fe diciendo: Señor Jesús, creo en ti. Este es el signo más importante. Se parte de la curación pero se llega a la sanación del alma por el camino de la fe.

 ¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?
Me fijo en Jesús:
Jesús me impacta con su acción. No dice nada, solo recrea un movimiento, donde mezcla tierra con saliva para producir barro. Me evoca esto al Génesis, como una nueva creación. Jesús, da una orden al ciego: ¡ve a lavarte! Jesús es la respuesta a todos mis interrogantes, a todas mis cegueras y hoy también me da una orden: Nieves Mary: ¡ve a purificarte! ¿Y a dónde tengo que purificarme? A la piscina, es decir, a Cristo. Sólo Jesús me saca de mi oscuridad; por eso es precisa la conversión que me ofrece Jesús, desde este fiarme de él, hacerle caso, obedecerle en su Palabra y asumir el riesgo de lo que él me manda. En Jesús debe estar puesta toda mi fe, como gracia que  él me regala para que pase de la oscuridad a la luz, del pecado a su gracia, de la muerte a la vida, de la exclusión a la inclusión, de la enfermedad a la salud.  Jesús se hace el encontradizo con el hombre que ahora ve y le pregunta que si cree en el hijo del Hombre. También me pregunta a mí: ¿Crees en mí? Y salvando mi mediocridad quisiera decirle: Sí, Señor, creo con toda la fuerza de mi corazón, porque tú me has sanado, me has dado Tu Espíritu, que disipa las tinieblas que muchas veces quieren turbar mi fe en ti.

En el N. 278 de la Exhortación apostólica la “Alegría del Evangelio”, el Papa Francisco nos invita a creerle al Evangelio que es Jesucristo mismo: “La fe es también creerle a Él, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad (…).

Me fijo en el ciego:
El ciego del evangelio  obedeció a Jesús: El fue, se lavó, y volvió con vista. Fue capaz de obedecer y de reconocer a Jesús. Necesitó lavarse. Estuvo dispuesto a la purificación, al cambio, y recibió la luz. La luz de ver las cosas creadas, la luz de la fe, desde un horizonte nuevo, de unir su vida a la del que le había regalado contemplar las maravillas de su alrededor. En la oscuridad-claridad se debate nuestra vida. Quien hace caso de Jesús, encontrará la luz interna que guiará su vida. Con toda confianza. [1]

Este hombre, marginado de la sociedad, tenía deseos de ver, y se dejó curar, porque confió plenamente en la palabra ordenada: ve, con tu barro en los ojos, y lávate. Todos nosotros podemos tener una fe cada día más fuerte si abrimos el corazón a Jesús, al Mesías, la Luz verdadera que ilumina nuestras vidas.

Me fijo en los fariseos:
Jesús es realmente la Luz, la Luz verdadera, la Luz del mundo. Es Dios y Señor y por eso puede dar la vista al ciego. Esto hace reaccionar a los fariseos que son ciegos espirituales y no quieren ver lo que Jesús ha hecho. Se fijan en un detalle de la ley, en el sábado, y no ven la grandeza de lo que el Maestro ha realizado: le ha dado la vista a alguien que estaba imposibilitado de ver. Quien ha recobrado la vista dice a los fariseos que Jesús es realmente un profeta. Esto los enfurece más porque consideran despreciable al que ha sido curado.
Tal vez, en nuestra vida, los que estamos de este lado de la fe, podemos también caer en actitudes contrarias a la compasión, dejándonos llevar por un legalismo que no salva a nadie, y más bien condena. Entonces, ni lavamos ni prestamos la batea: ¿qué nos sucede a nosotros? ¿No será que nos quedamos en la paja del otro, y no vemos nuestra viga? Nuestras cegueras espirituales nos bloquean de tal forma que matamos el Espíritu a punta de letras, de documentos, de normativas, de uniformidades, de seguridades, de comodidades, y en nombre de todas estas cosas, no salimos al encuentro del hermano necesitado.
 ¿QUÉ ME HACE DECIRLE EL TEXTO A DIOS?
Gracias, Señor por tu gran misericordia. Tú que eres la Luz que  ilumina nuestras tinieblas con tu presencia trinitaria y con la fuerza de tu Palabra.

Te pido que sepa reencontrarme contigo y sepa adherirme a tu vida y que reconozca que tu purificación me ha devuelto  a la luz, pues “Tu luz, nos hace ver la luz”.

Te pido, que sepa convertirme, que sepa ir a la Luz, que me deje iluminar; que no sea rebelde a tus caminos ni rechace el horizonte de la cruz, como piscina para la purificación.

Te pido que me des claridad, porque a veces tú pasas y no te veo. Toca mis ojos con tu mano….permíteme que sepa contemplar la vida con la luz de la fe. Y que abra la vida con tus ojos para que no tenga excusas y te pueda decir ahora veo…Gloria a ti por siempre. Que te confiese y que te alabe.

Hazme ver mis cegueras Señor: fruto de mi egoísmo, de mi falta de caridad y comprensión, de mi pereza para seguirte muchas veces, de mi oración mediocre e inconstante, de mi falta de coraje para vencer el mal que hay en mí cuando tu gracia me ampara.
(…)El Señor violaba el sábado, mas no por eso era culpable. ¿Qué significa este decir que violaba el sábado? Él era la luz y disipaba las tinieblas (…)Había llegado ya aquel a quien anunciaban. ¿Qué placer hay en andar a oscuras? Abrid, pues, los ojos, ¡oh judíos!; el sol está presente. -Nosotros sabemos... -¿Qué sabéis, corazones ciegos? ¿Qué sabéis? -Que no viene de Dios este hombre que así viola el sábado (Jn 9,24.16). -¡Desgraciados; pero si el sábado lo ha establecido Cristo de quien decís que no viene de Dios! Observáis tan carnalmente el sábado que no tenéis la saliva de Cristo. Mirad la tierra del sábado a la luz de la saliva de Cristo, y veréis en el sábado un anuncio del Mesías. Mas porque no tenéis sobre vuestros ojos la saliva de Cristo en la tierra, por eso no fuisteis a Siloé, ni lavasteis el rostro y habéis permanecido ciegos. Así se hizo para bien de este ciego, aunque ya no es ciego ni en el cuerpo ni en el corazón. Recibió el lodo hecho con saliva, se le untaron los ojos, fue a Siloé, lavó allí su rostro, creyó en Cristo, lo vio y escapó de aquel terrible juicio: Yo he venido al mundo para un juicio: para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos (Jn 9,39) (san Agustín.  Sermón 136,1-3)
Nieves María Castro Pertíñez. MAR





[1]  P. San Pablo 2014. Evangelio ciclo A. La palabra de cada día. 

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