LECTIO DIVINA DEL TERCER DOMINGO DE PASCUA – CICLO A- Lc 24, 13-35

Celebración eucarística de los ancianitos
 CONTEXTO:
Los discípulos todavía no están preparados para  recibir y aceptar en su vida de fe la resurrección del Maestro. “Aquel mismo día” hace referencia al primer día de la semana cuando Jesús resucitó. Hoy, dos discípulos camino de Emaús hacen la experiencia de encontrarse con el Resucitado. Jesús camina con ellos y pedagógicamente, le desvela el misterio de  su muerte y Resurrección. Pero, solo cuando ellos se abren a la experiencia de fe, lo  reconocen en la fracción del pan.

Celebración de la cruz de mayo en la casa Noviciado
¿QUÉ DICE EL TEXTO?
Dos discípulos el mismo día de la Resurrección de Jesús iban de camino hacia Emaús, conversando tristes  sobre lo sucedido, y en el camino, Jesús en persona se hace compañero de ellos, metiéndose en la conversación y compartiendo con ellos todo lo que la escritura había dicho sobre el Mesías y lo que tenía que acontecerle, entrando en el plan de salvación su muerte para entrar en su gloria. (vv.13-26). Al llegar, Jesús hizo ademán de seguir adelante, y los discípulos lo invitaron a entrar; Jesús, entró y mientras bendecía y partía el pan, los discípulos lo reconocieron, pero Jesús desapareció, constatando los discípulos cómo ardía su corazón mientras les explicaba las escrituras. Se volvieron a Jerusalén y contaron a los Once su experiencia. (vv. 27-35).

Los discípulos han hecho un camino con Jesús; pero, mientras el camino de Jesús tiene por meta final llevar a cumplimiento el designio salvífico del Padre, el camino de los discípulos termina en decepción, tristeza y frustración: “esperábamos que él (Jesús Nazareno) sería el liberador de Israel (21); la vida, pasión, muerte y resurrección del Maestro todavía no son una alternativa de camino para el discípulo (19s.22-24). Este es el momento propicio que aprovecha el Resucitado para comenzar a rectificar el camino del discípulo, y lo hace a partir de dos elementos, la Escritura y la Eucaristía[1]. Jesús le da una dimensión nueva a su vida y a sus signos que permite a los discípulos reconocerlo en ellos. La cruz forma parte del discipulado y hay que integrarlo en nuestra vida como parte del seguimiento.


[1] Luis Alonso Schokel. La biblia del peregrino. Ed. Mensajero 2007. P. 1665
Celebración de la cruz de mayo
 ¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?
Me fijo en Jesús:
¡Qué gran pedagogo Jesús! ¡qué gran acompañante el Maestro de los Maestro! Se hace camino al andar, dice el canto, y aprovecha el camino para salir al encuentro de aquellos dos discípulos desanimados que no han entendido nada. Jesús no los abandona a su tristeza.  Jesús los llama torpes porque aún no se han dejado alcanzar por la fe y no han visto en la  Palabra el testimonio del Padre para con el Hijo, confirmando su proceder en lo que tenía que suceder y realmente así se cumplió. Jesús no se impone; establece la escucha como vínculo relacional e ilumina lo que los discípulos van exteriorizando, haciendo posible en ellos una transformación para volver al camino, para volver a la fe.

Jesús Maestro, acompaña el desánimo, confrontándolo con la verdad que la Palabra misma encierra, iluminando los acontecimientos con esta Palabra que se convierte en actualidad y presencia resucitada.

Jesús, aborda a los discípulos, que retornan a la vida sin vida, sin resurrección, sin horizonte ni sentido, en total desesperanza y decepción. Pero Jesús, con su pedagogía y su Espíritu les devuelve la llama del amor, los enciende por dentro, y vigoriza en ellos, la esperanza, por medio de su pan partido y entregado, de una nueva manera, resucitado.

Me fijo en los discípulos

Van deshaciendo el camino. Van de regreso, de vuelta, sin sentido, sin comprensión de lo que ha acontecido; extrañados, metidos en los devaneos que da la cabeza cuando no entendemos nada, y por supuesto, menos lo aceptamos. Pero, aparece un caminante, y se sienten acompañados, escuchados y aleccionados por alguien indescriptible, que alcanzan a reconocer, al partir el pan, porque ya su corazón había recobrado su calor, su fuerza, su fe, su sentido.

Reconocen a Jesús y experimentan el gozo de la Resurrección. Jesús desaparece, pero ya ellos tienen dentro de sí su presencia viva, personal, y no necesitan más que salir corriendo, y volver a la comunidad para contar la experiencia de fe. Han recobrado la pasión por Jesús y aunque, es de noche, tienen la osadía de regresar y hablar de su experiencia. 
 ¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?
Gracias, mi Jesús Resucitado, por este mensaje de hoy. Te siento vivo, caminando conmigo, siempre caminando y acompañándome, con gran paciencia y misericordia. Y como el caminante, siento que no me dejas en mi deriva, sino que acompasas mi paso, y me indicas el horizonte, para que cada vez esté menos desorientada. Tú no eres un peregrino desconocido en mi vida, eres el amigo fiel de todos los días.

Gracias, Señor, porque tú caminas conmigo, y como hiciste con los discípulos de Emaús, tú me enseñas, con tu Palabra a reconocerte y escuchar lo que se ha cumplido en ti y quieres que también se cumpla en mí.

Gracias Jesús, porque nuevamente, me invitas a volver. Volver es una palabra que me ayuda a centrar mi vida en ti, en tu querer.

Ayúdame, Señor, cada día, a volver: a volver con alegría a la comunidad, dejando mi desánimo y mi ceguera que no me permiten verte en los acontecimientos y en los hermanos.

Volver a la Palabra, como ese itinerario seguro que me ilumina la vida y la opción que he hecho por ti, decidida a entregarte toda mi existencia incluyendo toda mi fragilidad y pobreza.

Volver a la Eucaristía, con pasión y poniendo en ella todos mis sentidos, toda mi afectividad, porque tú te partes conmigo, y yo me quedo contigo, y esta experiencia vivifica mi existencia y renueva mi deseo de amarte y serte fiel.
Perdona, como los discípulos, las tantas y tantas veces que me salgo de la comunidad, llevando, entre lloros y lamentos, mis miserias que no me permiten trascender para encontrarte y aprender de los tropiezos.

Quédate Señor conmigo, siempre  sin jamás partir, y cuando decidas irte, llévame Señor contigo…”

Virgen del camino, del caminante…no nos abandones y acompáñanos en este seguir a Jesús.

Esta esperanza de la resurrección, este don, esta promesa, esta gracia tan grande la vieron desaparecer de su alma los discípulos cuando murió Cristo. Con su muerte, se les vino abajo toda su esperanza. Se les anunciaba que había resucitado, y les parecían un delirio las palabras de quienes lo anunciaban. ¡La verdad se había convertido en un delirio! Si alguna vez se anuncia la resurrección en nuestro tiempo, y a alguno le parece que es un delirio ¿no dicen todos que bastante desgracia tiene? ¿No lo detestan todos, lo aborrecen, se apartan de él y no quieren escucharlo? Esto eran los discípulos tras la muerte del Señor; lo que nosotros detestamos, eso eran ellos (…) Sus palabras indican dónde tenían el corazón estos dos discípulos a quienes se apareció el Señor y que tenían los ojos enturbiados, lo que les impedía el reconocerlo. (…). Conversaban acerca de su muerte. Se les agregó como un tercer viajero, y el Camino comenzó a hablar con ellos durante el camino; tomó parte en su conversación. Sabiéndolo todo, les pregunta de qué van hablando, para conducirlos, fingiendo no saber, a la confesión. Ellos le dicen: ¿Sólo tú eres peregrino en Jerusalén, y no sabes lo que ha sucedido en la ciudad en estos días con Jesús de Nazaret que era un gran profeta? (Lc 24,18-19). Ya no le llaman Señor, sino sólo profeta. (…) Les abrió las Escrituras para que advirtiesen que, si no hubiese muerto, no hubiera podido ser el Cristo. Con textos de Moisés, del resto de las Escrituras, de los profetas, les mostró lo que les había dicho: Convenía que Cristo muriera y entrase en su gloria (Lc 24,26-27). Lo escuchaban, se llenaban de gozo, suspiraban; y, según confesión propia, ardían; pero no reconocían la luz que estaba presente.
¡Qué misterio, hermanos míos! Entra en casa de ellos, se convierte en su huésped, y el que no había sido reconocido en todo el camino, lo es en la fracción del pan. (…). Demos de comer en esta tierra a Cristo hambriento, démosle de beber cuando sienta sed, vistámosle si está desnudo, acojámosle si es peregrino, visitémosle si está enfermo. Son necesidades del viaje. Así hemos de vivir en esta peregrinación, donde Cristo está necesitado. Personalmente está lleno, pero siente necesidad en los suyos. Quien personalmente está lleno, pero necesitado en los suyos, conduce a sí a los necesitados. En él no habrá hambre, ni sed, ni desnudez, ni enfermedad, ni peregrinación, ni fatiga, ni dolor”. (…) (San Agustín. Sermón 236,2-3).

Nieves María Castro Pertíñez. MAR




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