LECTIO DIVINA DE LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI. Jn 6,51-59.

CONTEXTO
Estamos celebrando la fiesta del Corpus Christi (la presencia real de Jesucristo en su cuerpo y sangre eucarísticos)El texto pertenece al discurso sobre el pan de vida, enmarcado todo él en el capítulo 6 de san Juan.  Se evidencian tres partes, cada una explicando la frase “pan del cielo”- les dio a comer”, según el orden del texto griego (6,31). El pan del cielo se lo dio Dios, no Moisés, y ahora es Jesús quien da el verdadero pan del cielo (6,25-34). El pan del cielo que Jesús da no es el mamá, sino su Palabra, Palabra del Padre, para que el ser humano viva de ella (6,35-50). La comida del pan de Vida tiene lugar en la celebración de la Eucaristía que es nuestro texto de hoy (6,51-59). De este modo Jesús sustituye fiestas religiosas judías y dones del Antiguo Testamento (Jn 6,35-50) por su propia vida hecha alimento de salvación.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?
Jesús dice  a los judíos que él es el Pan de Vida bajado del cielo y quien lo come vivirá para siempre; y que este pan es su carne para la vida del mundo (vv.51-52). Ante la murmuración de los judíos prosigue Jesús diciendo; que esa carne y esa sangre es verdadera comida y bebida y que quien la come tiene vida eterna y Resurrección (vv53-54). El comer y beber de él es permanencia recíproca; semejante a la vida que Jesús tiene por el Padre, también el que le come tendrá vida por Jesús. Y que este pan ya no es como el maná; sino que este pan trae vida eterna. (vv. 55-59).





¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?
Me fijo en Jesús:
 “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”
Jesucristo se ha querido convertir en el sostenimiento de nuestra necesidad más existencial, haciéndose comida y bebida, para que ninguno perezca de hambre ni de sed. Él se ha ofrecido como Pan de vida y como agua viva, y quien participa en su mesa y bebe de su copa se fortalece, y anticipa el banquete del reino de los cielos. Cuando me quedo pensando en ese pan vivo, no dejo de admirarme de que no soy yo la que asimilo el pan, sino que ese Pan me va asimilando a mi en Él, de forma que me hace una con Él y una con la comunidad.
“Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.
Si Dios fue solidario con su pueblo, si Jesús se quiso quedar con nosotros en forma de pan y de vino, si la Iglesia nos perpetúa el don santo del memorial de la Cena del Señor, ¿cómo podremos ser signos de esta prodigalidad de la que nos beneficiamos tan gratuitamente? Me llena de esperanza vivir la certeza que da su Palabra viviendo en la dimensión de un Jesús resucitado.
Los judíos murmuraron
¡Qué llamada tan fuerte a la fe!. Cómo interroga esta actitud de los judíos a mi vida y me pregunta continuamente, ¿qué haces con cada Eucaristía? ¿Qué hago con esa presencia real de Cristo en mi vida?  ¿Es mi fe capaz de transcender el signo y vivir el significante? ¿Asumo con consciencia lo que el Señor me da, que es su Cuerpo y es su Sangre, y que yo me hago su cuerpo, de forma que pueda vivir lo que san Agustín nos dice: “Sed lo que veis (sobre el altar); recibid lo que sois”[2]. Si de verdad yo creyera, apostaría mi vida en cada Eucaristía; apostaría mi amor en donación plena al que primero me dona su Vida, para que no perezca. Si de verdad creyera, me clavaría delante del Santísimo con la humildad del mendigo, pero también me clavaría ante la vida en una ofrenda continua, para vaciarme de mí y permitir que Él sea.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida
Esta frase me evoca la unidad y caridad que provoca el que convoca y que solo Él puede lograr. La comida constituye uno de los actos humanos por excelencia. La comida representa una de las necesidades y deseos más vivos del ser humano. Para el ser humano es fundamental comer, pero también es fundamental el comer con otros en la misma mesa y el mismo pan, es decir, la comensalía.[3] Estas dos dimensiones: comer y comer con otros garantizan tanto nuestra vida como nuestra felicidad. Comida y comensalía alimentan tanto el cuerpo como el espíritu, o sea, la necesidad de alimentarnos y de acompañarnos, de estar llenos y contentos. La comida humaniza, dignifica y es experiencia de plenitud. El hecho de comer abarca la vida entera, es alimento y fuerza, no sólo para el estómago y la sangre, sino también para el espíritu, para la necesidad que todos tenemos de compañía, de ser escuchados. Y la necesidad de algo más profundo que resulta difícil de expresar: la necesidad de una experiencia que da sentido de totalidad a nuestras vidas y a nuestras relaciones[4]. En los evangelios, la comida es un símbolo de humanidad que refleja afecto, pertenencia, necesidad, deseo, felicidad, unidad, amor y cariño y la participación en la mesa común es un rasgo característico del ministerio de Jesús y una marca de identidad de los primeros cristianos. Por eso, también este día eucarístico me recuerda que tenemos una carencia y es que hemos perdido en comensalía, y hemos perdido la simbología de estar unidos en un solo Cuerpo que se va haciendo en la muerte del yo para que prevalezca el nosotros. Nos vamos moliendo como el trigo para hacernos pan. Pasar de la Eucaristía a la vida eucarística supone vivir con consciencia la realidad del hermano que necesita ser escuchado, acompañado, amado. No está bien comer cada uno por su lado (también comulgando a Cristo) y distraídos por los aparatos que usamos y que han invadido los espacios, incluso más sagrados. 
¿QUÉ ME HACE DECIRLE EL TEXTO A DIOS?
Gracias Señor, por el milagro de tu amor. Por hacerte cargo de mi debilidad, y como el hambriento y el sediento sales al camino para que me llene de ti.
Meterme en tu Misterio me estremece el alma a la vez que me hace sentir una profunda felicidad. A veces te hallo tan lejos, pero cuando me aferro a la fe y me acerco a tu Sacramento, siento la honda sensación de que tuya soy, mío eres, y nada tiene más valor que ese encuentro.
Comer tu Cuerpo y beber tu Sangre, Señor, es Vida verdadera; no quiero más vida que la que tú me ofreces, y aunque con frecuencia peco por no ser consciente, sin embargo, mirarte tan humilde en esa Hostia me lanza nuevamente, al despojo y a la entrega.  
Que yo pueda adorarte hoy, en la hermana que pones a mi lado, y pueda retomar cada día, la tarea y el empeño de amarte con más fuerza para poder amar lo que la vida trae.
Quiero, Señor, junto con todas las criaturas,  cantar, bendecir, adorarte, a la vez que quiero extender mis manos y mi corazón,  hacia quienes pueden sentir soledad, enfermedad, o hambre, y nuevamente, decirte, aquí me tienes.
Pero, ¿cómo ha de ser comido Cristo? Como él mismo lo indica: quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (Jn 6,57). Así, pues, si él permanece en mí y yo en él, es entonces cuando me come y me bebe; quien, en cambio, no permanece en mí ni yo en él, aunque reciba el sacramento, lo que consigue es un gran tormento. (…)Por tanto, no podéis vivir bien si él no os ayuda, si él no os lo otorga, si él no os lo concede. Orad y comed de él. Orad y os libraréis de esas estrecheces. Al obrar el bien y al vivir bien, él os llenará. Examinad vuestra conciencia. Vuestra boca se llenará de alabanza y gozo de Dios, y, una vez liberados de tan grandes estrecheces le diréis: Libraste mis pasos bajo mí y no se han borrado mis huellas (Sal 17,37). (s. Agustín Sermón 132 A)
Nieves María Castro Pertíñez. mar


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[1]  Centro Bíblico Pastoral para América Latina. Evangelios de la Biblia de la Iglesia en América. Sociedad Bíblica colombiana. 2011. P. 258-259
[2] S.227
[3] Cf. CASTILLO, José M. La humanización de Dios. Ensayo de Cristología. Trotta, Madrid, 2009. Ver 319-235
[4] Ibib. P. 219

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