Vocación del profeta Samuel


Samuel, que significa “Dios escucha”, es justamente la respuesta a la súplica confiada de Ana, su madre, estéril hasta que Dios interviene; así  también sucede con la historia del pueblo de Israel, nación a la Dios ama pero que no produce los frutos de la alianza sino que se encuentra sumida en la infidelidad y la  decadencia religiosa. La vida floreciente del adolescente Samuel, representa una época nueva de la Historia de la Salvación para el pueblo,  puesta a prueba, por decir, cuando se inicia el período de la monarquía.

El capítulo tres del libro narra la manifestación de Dios en la vida del joven Samuel: El triple llamado al cual responde Samuel dirigiéndose al anciano Elí, ilustra en cierto modo la desorientación y la incertidumbre por la cual avanza el pueblo.  Con toda razón se puede afirmar que en este pasaje los protagonistas no son ni Elí, ni Samuel; la protagonista es la Palabra de Dios que irrumpe en la oscuridad, en las tinieblas y en la vida recién comenzada del joven Samuel.  Se trata, por tanto, de la Palabra de vida que llama a su servicio, servicio que se orienta esencialmente a la vida.  Samuel, que ha estado a las órdenes de Elí, pasará ahora a servir exclusivamente a esa Palabra.  Es Dios mismo que apela a éste instrumento humano para hacer cosas nuevas; y Samuel adquiere renombre en todo Israel, de norte a sur, no por sí mismo, sino por su servicio a la Palabra, como profeta “acreditado” conoce la voluntad de Dios, sus propósitos, y por su medio todo Israel también puede conocerlos.

Es un relato que sin duda mueve, de manera especial cuando empezamos a orientarnos a una vocación específica, sin embargo, confesando con San Agustín que Dios y su Palabra es la “Hermosura tan antigua y tan nueva” que impacta la vida de los sencillos, este relato vocacional y toda la Palabra se convierte en una luz para el camino de la respuesta del día a día.

Reflexionando y meditando este pasaje frente a Jesús Eucaristía en la hora Santa que solemos vivir todos los jueves encomendando a Dios todas las vocaciones y también la nuestra, descubría algunas luces para el seguimiento fiel y amante:

“Samuel estaba acostado en el santuario del Señor, donde estaba el arca de Dios”: Es interesante el lugar donde reposa el profeta; su corazón descansa junto a Dios, representado por el arca de la alianza.  Es en este lugar donde Dios hablará; sin duda llama a permanecer cerca de Dios, en ocasiones al pie del Sagrario y en otras en las realidades cotidianas pero en tónica de permanecer en sintonía del que “habla” siempre, aún en el silencio.  Aunque Dios está presente en todo lugar, no todas las circunstancias nos permiten adentrarnos en su silencio.

“El Señor llamó: ¡Samuel, Samuel!”: Versículos anteriores, dice: “La palabra del Señor era rara en aquel tiempo” y sin embargo Dios  llama a Samuel por el nombre.  Él irrumpe la cotidianidad, el silencio que vive el pueblo, para llamar a partir de nuestra identidad profunda. La llamada personalizada es  capaz de despertarnos del sueño, de la pasividad.

Dios sabe que posiblemente no atendamos a través de los apodos, silbidos, por lo que, amándonos y conociéndonos mejor que nadie, sigue llamándonos de manera personal para anunciar en la comunidad que Dios nunca calla.

“El Señor volvió a llamar por tercera vez.  Samuel se levantó y fue a donde estaba Elí”: Reconocer a Dios como el Padre Dadivoso, buscador del hombre, es recocer su insistencia, la prolongación de su amor durante toda nuestra vida; las tres llamadas son sinónimo de la continua invitación a compartir la vida con Él.  Cautiva de manera especial como el joven Samuel obedece y atiende por tercera vez a la voz de Dios, no desatiende sino que se pone en pie.  Necesitamos esta actitud, este don, para responder a la búsqueda de Dios con apasionada confianza y obediencia todos los días… en todas las circunstancias.

“Samuel respondió: Habla, que tu servidor escucha”: En el versículo siete, el autor comparte que Samuel no conocía todavía al Señor.  “Todavía” no,  porque Dios tomando la iniciativa se le revelará, y aquí es fundamental reconocer que no se conoce a una persona si no se le escucha.  Lo verdaderamente real, profundo del otro  llega a mí cuando me abro a su persona en la escucha atenta… no es lo de fuera lo esencial, sino lo de dentro. Para profundizar en Dios que viene a mí, que constantemente se entrega por amor a mí, es necesario escucharle, crecer en caer en la cuenta de Quién es el que nos llama, habla, ama…


En síntesis, este relato vocacional, ilumina mi seguimiento como discípula, recordando lo esencial que es la oración fiel, es decir el ejercicio de amar.
Ésta es la respuesta al amor de Dios en mi vida, es un don que está dispuesto a colocar en nuestros corazones, es en la relación en la que nos conocemos y le conocemos, donde aprendemos a relacionarnos desde lo que somos con profundidad; es la escuela de aprender a amar y responder a su voz todas las veces que llame, es la escuela de la escucha que renovará nuestra respuesta ya consciente: “Aquí estoy; vengo porque me has llamado”.

Brenda Ovalle Hernández, Novicia MAR



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