LA TERNURA, PARTE 1

"Señor, tú eres nuestro Padre, nosotras la arcilla y tú el alfarero, somos la obra de tus manos”  (Is  64, 7).


Un sentimiento grande y noble  que nos  engrandece como personas. Si poseemos ternura somos capaces de manifestar afecto, dulzura y simpatía.

En nuestra vida misionera hay muchas cosas y situaciones que despiertan ternura dentro de nosotras: la inocencia de los niños, las personas desvalidas, el sufrimiento, el dolor…

 Podemos hablar con ternura, mirar con ternura, abrazar con ternura... Ternura es que seamos sensibles ante las situaciones del otro.  La ternura es el arte de “sentir” a la persona, al ser humano en su totalidad”.  La ternura está en aquello que parece pequeño pero que se hace grande en el corazón: el beso sincero, el apretón cálido de manos, el abrazo inesperado, una mirada llena de cariño que nos dice: ¡estoy aquí, puedes contar conmigo!

 Pero a veces la ternura parece olvidada en nuestros tiempos. Pienso que  tendríamos que revivirla pues es lo que logra que nuestros días, nuestra vida pasen de ser un sólo transitar a inolvidables. 

¡¡¡Los niños, qué regalo más lindo de Dios!!! En ellos veo la ternura todos los días, me cautivan con sus expresiones sinceras, con la caricia que llega a mí sin tener que hacer ningún reclamo... En el beso, en el abrazo que no puede envolverme, pero que me hace sentir ese corazón muy cerca de mí.

La ternura  también vitaliza a los abuelos, duerme al niño y desarma a toda persona. La ternura es algo que sale de lo más profundo de nuestro corazón sin darnos cuenta. La ternura no está en lo grande, ni en lo brillante, ni en lo que se destaca; está en lo chiquito, en lo sencillo, en esas pequeñas cosas de todos los días.

Sentí la invitación a redescubrirla,  pero desde la ternura de Dios, en algunos textos Bíblicos…

La Ternura de Dios en algunos textos Bíblicos:

En  numerosas ocasiones se puede ver a  Dios que es “compasivo y misericordioso”.
 “Levántate, amada mía, preciosa mía, ven. Mira, que el invierno ya ha pasado, las lluvias  han cesado, se han ido. Brotan las flores en el campo, llega el tiempo de los cánticos, el arrullo de la tórtola" (Cant 2, 10).

 El profeta Oseas nos habla de   Dios como de un esposo que se compromete a desposarse con su pueblo y nos habla de la imagen de un Dios Padre que ama sin pedir nada a cambio. Dios se implica con la creación  de manera gratuita.

“Me casaré  contigo para siempre, me casaré contigo en justicia y en derecho,  en afecto  y en cariño…” (Os 2, 21)

 Ante la infidelidad de la esposa, Dios habla como un esposo lleno de paciencia y de ternura, siempre dispuesto a acoger y a perdonar:

 “Yo sanaré su infidelidad, la amaré gratuitamente” (Os 14, 5). 

 Dios no es un ser lejano, sino muy cercano a sus hijos. Y vemos que los profetas usan la imagen  de una madre amorosa que no puede olvidar a la criatura:

“¿Acaso olvida una madre a su hijo y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella lo hiciera, yo nunca te olvidaré.”  

Él nos toma en sus brazos y nos hace caricias como a un niño pequeño. 

 “Cuando Israel era un niño yo le amé... tomándolo en  mis brazos, lo atraía  con ligaduras humanas, con lazos de amor. Fui para ellos como quien alza una criatura contra su mejilla y me bajaba hasta ella para darle de comer” (Os 11,1-4)

En el profeta Isaías encontramos cantidad de imágenes de una inmensa ternura que muestran la cercanía de Dios con su pueblo y con cada uno de sus hijos. Nos presenta imágenes del padre y de la madre manifestando ternura (respecto) a sus hijos.

”Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero, somos la obra de tus manos” (Is  64, 8)

“¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. Mira te llevo tatuada en mis palmas.”  (Is 49, 15-16).

“Como a un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo.” (Is 66,13). 
 También en el profeta Jeremías encontramos esta imagen de padre.

“¡Si es mi hijo querido, Efraím, mi niño, mi encanto! Cada vez que lo reprendo me acuerdo de él, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión” (Jer 31,20). 

En los Salmos

También podemos ver que hay  infinidad de referencias de actitud de confianza en un Dios cariñoso, amante, misericordioso, lleno de ternura para con sus hijos:

“Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me acogerá” (Sal 27,10).
“Dios mío, guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme bajo la sombra de tus alas” (Sal 17,8).

“Nuestro Dios es bueno y cariñoso con todas sus criaturas” (Sal 145,9).

“Nos colmará de gracia y de ternura (...). Como un padre siente ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura por sus fieles” (Sal 103,4.13).

Que nunca dudemos  de confiar en su amor, abandonarnos en sus brazos y decirle con cariño: “Abba, Papá”.

Manifestaciones de ternura en Jesús

Lucas nos dice que “Jesús durante su vida fue creciendo en las experiencias humanas y también en las divinas”. Jesús, siendo un joven, fue navegando en las inmensidades de Dios, viviendo experiencias religiosas por nadie experimentadas, descubriendo horizontes completamente desconocidos en el misterio infinito de Dios.

Jesús era un hombre muy sensible. Los evangelios dicen varias veces que  “Jesús se compadeció”. Y hasta en una ocasión dijo Jesús “Me dan pena estas gentes”.

Cuando le informaron que aquella viuda se le había muerto el único hijo que tenía y lo llevaban a enterrar, Jesús se estremeció casi hasta las lágrimas. Delante de la tumba de su amigo Lázaro Jesús lloraba sin disimulo, y sus propio enemigos comentaban entre sí “¡qué sensible es este hombre, como lo amaba!”. Jesús sintió desilusión ante la ingratitud de los nueve leprosos.

Pensaba en la ternura de Jesús manifestada en los pequeñitos, en sus predilectos,  que fueron las mujeres, los niños, los enfermos, los pecadores, los excluidos. Jesús come con los publicanos, tiene amistades “dudosas” y hasta es acompañado por prostitutas. Reflexionaba en Jesús, el Dios hecho hombre, ese que quería con tanta ternura a los niños, a los cuales “abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos” (Mc10, 16).

Y Él me mira como al joven rico, a quien “miró con cariño y lo amó” (Mc 10, 21).
Pero claro, a Jesús le reprochaban su manera de actuar, Él se justificaba afirmando que esa era la manera de actuar de Dios, que hace salir el sol sobre  justos e injustos, que hace fiesta en el cielo por cada pecador arrepentido. Asimismo Jesús hace fiesta en el cielo cada vez que me reconozco pecadora, y siempre está dispuesto a buscarme como a la oveja descarriada, nunca me trata como merecen mis culpas ni me paga conforme a mis pecados.


A través de Jesús se me manifiesta el amor, la paciencia, la fidelidad de un Dios que me ama sin medida, un Dios que es un Padre amoroso, que me cuida como una madre. Su ternura y sus caricias me las manifiesta de muchas maneras, a veces, en la intimidad de la oración; otras veces a través del cariño de mis hermanas y de los seres queridos; también a través de la sonrisa de los niños y de la gente con la que comparto la vida en el día a día. 

Agustina  Rodríguez, Novicia MAR 

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