Lectio Divina del Domingo de la Solemnidad de la Sagrada Familia, ciclo B.

 (Lc. 2, 22-40)


PREPARACIÓN.  

Comienza este momento especial de encuentro con el Señor dejando a un lado otros intereses, trabajos y preocupaciones. Enciende un cirio, pon un crucifijo y, si tienes, una imagen de la Sagrada Familia. Toma tu Biblia, abre tus oídos y tu corazón a la Palabra de Dios para interiorizarla y dejar que el Señor renueve y transforme tu vida.
¡En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo!

Oración Inicial:

Padre bueno y de amor, que nos has regalado en tu Hijo Jesús, en José y en María un ejemplo de familia, ayúdanos a descubrirte en nuestras familias, en cada una de las personas que nos has regalado; que nuestra vida se organice en función a ti y con esta lectura podamos evaluar nuestras vidas más profundamente, para que en este año que se avecina actuemos siempre desde tu voluntad y no desde nuestros propios intereses, que te dejemos transformar nuestras propias vidas y las de nuestras familias. Amén.

Lectura:

“Y, cuando llegó el día de su purificación, de acuerdo con la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentárselo al Señor, como manda la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor; además ofrecieron el sacrificio que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.
Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que esperaba la liberación de Israel y se guiaba por el Espíritu Santo.  Le había comunicado el Espíritu Santo que no moriría sin antes haber visto al Mesías del Señor. Conducido, por el mismo Espíritu, se dirigió al templo.
Cuando los padres introducían al niño Jesús para cumplir con lo mandado en la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

  —Ahora, Señor, según tu palabra, 
   puedes dejar que tu sirviente muera en paz
  porque mis ojos han visto a tu salvación,
  la que has dispuesto ante todos los pueblos
como luz para iluminar a los paganos
   y como gloria de tu pueblo Israel.

El padre y la madre estaban admirados de lo que decía acerca del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, la madre: 


—Mira, este niño está colocado de modo que todos en Israel o caigan o se levanten; será signo de contradicción y así se manifestarán claramente los pensamientos de todos. En cuanto a ti, una espada te atravesará el corazón.


Estaba allí la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad avanzada, casada en su juventud había vivido con su marido siete años, desde entonces había permanecido viuda y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo noche y día con oraciones y ayunos.  Se presentó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a cuantos esperaban la liberación de Jerusalén.
Cumplidos todos los preceptos de la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

 El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y el favor de Dios lo acompañaba.

Regálate un momento de silencio para que la Palabra penetre tu interior y lee el texto las veces que te sea necesario.

Contextualización: 

Ya nos encontramos celebrando el tiempo de la Navidad, y en esta solemnidad de la Sagrada Familia la Iglesia nos invita a ver el ejemplo de familia en la familia de Nazaret, desde el relato de la presentación de Jesús en el templo.

Luego del nacimiento sencillo y pobre de Jesús hoy el texto inicia resaltando que José y María cumplían  con la ley  y respetaban el Templo, luego dirá Jesús que ha venido a darle pleno cumplimiento a la ley y los profetas[1]Jesús continua la historia de salvación del pueblo de Israel, no es ajeno a su misión.

Al entrar al Templo se encuentran con dos personajes importantes: Simeón (hombre honrado y piadoso) y Ana (profetisa), dos ancianos que son capaces de “ver” en aquel Niño la realización de la promesa de Dios a su pueblo.  

En Jesús, “Luz para iluminar a las naciones”, ven cumplida la nueva Alianza. Y ese encuentro con el Niño Jesús (como en tantas ocasiones lo ha citado el Papa Francisco) provoca en ellos una profunda paz y una santa alegría, y el deseo de compartirlas.

María y José llegan al Templo para presentar y ofrecer su Hijo a Dios; y salen con la misión de educarlo como el Hijo que Dios ofrece y presenta a las naciones para su salvación.  Max Thurian (teólogo sacerdote Hermano de la Comunidad de Taizé) comenta: “María era en aquel momento imagen de la Iglesia Madre que todos los días presenta el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, como memorial de la Redención y la Resurrección”.[2]

Al final reconoce que Jesús va teniendo una vida como todos los niños, es acompañado por sus padres y va alcanzando una madurez física y a la vez espiritual, se convertirá en el hombre perfecto, que nos enseñará a vivir en la perfección del amor con el Padre y con los hermanos.

Meditación:

Ahora pregúntate ¿qué te dice el texto en el hoy de tu vida? Te puedes ayudar de estas preguntas:

·        ¿Qué le presento y qué le ofrezco a Dios cada día?
·        ¿Por quiénes estoy orando especialmente en estos días? ¿Qué espero de Dios?
·        ¿Cuáles son los anhelos y esperanzas que mueven más fuertemente mi vida? ¿Cuánto me dejo conducir por el Espíritu Santo?
·        ¿Qué veo en Jesús para creer, confiar y esperar en Él? ¿Cómo estoy  fortaleciendo mi fe en Él?
·        ¿En qué personas, lugares y acontecimientos de mi barrio y ciudad reconozco la presencia de Jesús, Luz para las naciones?
·        El encuentro con Jesús, en los sacramentos, en la comunidad, en mi familia… ¡provoca en mí alegría y paz? ¿este encuentro me transforma?
·        ¿Qué comparto yo con los que me rodean?

Ante una realidad de tantas familias disfuncionales, tibieza religiosa y desinterés en cuanto a temas de fe, hoy vemos a  María y José, que pudieron haberse olvidado de la religión, saltarse tal vez algún precepto, pues tenían como hijo al enviado de Dios, pero demuestran su humildad y fidelidad al Padre al presentar a Jesús en el Templo, cumpliendo  como cualquier judío todo lo que se les mandaba.
Por otro lado, Ana y Simeón  fueron sensibles  ante el paso de Dios por sus vidas, ellos reconocieron al enviado en un débil niñito en pañales; en nuestros días buscamos a Dios en las personas de renombre, en actividades multitudinarias donde necesariamente tiene que haber ruido y mucho movimiento para “sentir al Espíritu Santo”; pero Dios se manifiesta en lo pequeño, en el silencio, en la debilidad.  
Es necesario cuestionarnos acerca de cómo estamos viviendo, si realmente somos fieles y humildes ante Dios, y si de verdad el encuentro con Jesús nos lleva a amar más.

Oración:

Gracias, Padre, por amarnos en la encarnación de tu Hijo; ayúdanos a tener un corazón humilde y fiel ante las situaciones del día a día y regálanos la sensibilidad de reconocerte en la sencillez de un pesebre.
Te pedimos por todas las familias del mundo, en especial por aquellas que sufren violencia, división o precariedad, que puedan ser transformadas por tu amor.
Te pedimos por todos los padres, madres e hijos de cada familia, que encontremos en la Sagrada Familia nuestro ejemplo.  Amén.

Contemplación:

Tómate un tiempo para contemplar las virtudes de la familia de Nazaret y luego revisa cómo has vivido este año, los signos de Dios en tu vida, las virtudes… ¿qué te invita Él a vivir?, ¿qué tan fiel le has sido al Señor? Y pídele que bendiga este próximo que año que se avecina, junto a la intercesión de la Madre María y San José ejemplos de fidelidad y humildad.

Acción:

Reconoce alguien en quién Dios te habló durante este año y no te habías dado cuenta y agradece al Señor por esa persona.

Karen Polanco, Novicia MAR



[1] cf. Mt. 5, 17
[2] Lectio divina del Arzobispado de Santiago de Chile, Pastoral de Espiritualidad

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