LOS PASTORES DE ESTA NAVIDAD

Esta Navidad, una vez más, me trae el recuerdo de tantos años vividos en misión, compartiendo con el pueblo pobre, en los márgenes. Mi primera Navidad en Venezuela la pasé en El Guasey, un pequeño poblado de indígenas kariñas. Nunca experimenté mayor gozo. Estaba sola con otra hermana mar en  aquella comunidad y me impresionaban las noches de estrellas radiantes que iluminaban el poblado, en el olvido de la ciudad, con una carretera nefasta, de acceso a él; y pude gustar del sabor del pesebre con el pueblo pobre, disfrutando de sus costumbres, visitando los hogares al calor del casabe y la hallaca; cortándole el cabello a los niñitos indígenas, construyendo entre todos  el pesebre para celebrar la Nochebuena y cantar los aguinaldos típicos venezolanos: Niño Lindo, Si la Virgen fuera andina, Fuego al cañón, Vuela la paloma, Corre caballito, etc

Este año, ya un poco más metida en la cultura colombiana de nuestro barrio he disfrutado nuevamente de ese sabor. Con Miriam, novicia, hicimos la novena por las casas de los enfermos y ancianos impedidos. Sandra es una joven mamá de 36 años, paralítica, con una barra de acero que le atraviesa la columna. El collarín que le pusieron lo apretaron tanto que le rompió la tráquea y no puede tragar los alimentos, así que tiene desnutrición, porque el alimento es líquido y para volverla a operar tiene que engordar. Mantiene una sonrisa abierta y un lamento en su corazón. La fe la sostiene, pero la realidad de verse impedida y frustrando todos los proyectos de su hija de quince años que la tiene que cuidar la hace sufrir; pero tiene el arma de la fe para seguir adelante y seguir confiando.



 Conchita, José y la mudita, son tres viejitos encantadores. Conchita está en cama con 92 años; le gusta que le canten. José es el esposo, diez años más joven, pero también con sus limitaciones, y la mudita es una viejita muy simpática e inteligente, respira alegría y gracia de Dios. Ella cuida de los dos.

Paulina perdió a su hijo de 53 años, víctima de un cáncer, una mujer desplazada, víctima de la guerrilla que ha levantado su hogar a base de fe y de trabajo.

Ezequiela, Mercedes y su mamá, son tres viejitas también que viven solas; entre 92 y 70 años. Ellas mismas se asisten confiadas al amor de Dios y de nuestra Madre María.



Cielo, Santiago y Carolina, son una familia llena de paz. Todos enfermos. Carolina parapléjica. Viven del reciclaje y siempre agradecidos por los pequeños detalles de amor fraterno.

Mery es otra viejita de ochenta y tantos, que vive del reciclaje. Sale todas las noches a partir de las ocho a buscar sus corotos. Una noche la golpearon. Todo lo cuenta con paz, serenidad y una gran confianza en Dios, y encima nos obsequia con unas galletas.
 El p. Emilito Vanegas, oar, es otro testimonio de vida que con su edad avanzada, su inocencia de santo, siempre nos trae  alegría, paciencia y fraternidad.


Y así hemos ido construyendo en esta Navidad el pesebre de Belén, viendo en la contemplación del misterio a tantos pastores humildes, sencillos, enfermos que dan calor a la iglesia desde su anonimato y su testimonio de adoración.

Señor Jesús, quedo agradecida por tantos regalos y signos de tu presencia viva entre nosotros y tantas invitaciones para tener una mirada encarnada y disfrutar de tu cercanía amorosa y milagrosa en medio de los pobres donde tú moras.


Nieves María Castro Pertíñez. MAR



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