APRENDIENDO Y COMPARTIENDO LO NUESTRO

Los últimos días nos hemos dedicado al estudio y compartir de la regla de nuestro Padre Agustín, no la regla simplemente, sino con una hermosa iluminación y explicación  del padre Tarcisio Van Bavel, agustino de la OSA (Orden de San Agustín). En verdad fueron momentos muy ricos, pues la regla aunque preserve su esencia, ven adaptada a nuestra realidad, al hoy como familia agustiniana.


Muchas cosas fueron las que nos confrontaron, nos movieron. El corazón me ardió en deseos de Dios, de vivir en radicalidad el don de la vida consagrada, la vida entregada a Cristo, plasmada en la regla de San Agustín. Inquietud, deseos de cambio, confrontaciones y resonancias fueron innúmeras. Además de la riqueza de la obra, todo fue muy iluminado y enriquecido por los aportes de Nieves Mary, quien no perdió la oportunidad de profundizar, de cuestionarnos, para que no nos quedemos en la simple escucha, sino que ahondáramos  para dar frutos con lo que nos fue confiado.

Todo me permitió además de apropiarme más del carisma, según los clamores de hoy, también adentrarme más en el corazón de Agustín: sus amores, sus sueños, conocer sus ideales, preocupaciones, conocer lo que movía su corazón y lo que era esencial en su vida y en la vida de sus hermanos, que refleja y aporta en la vida de la iglesia.

Toda la doctrina agustiniana tiene su raíz en las Sagradas Escrituras y en su regla no podría faltar tales bases, quedando solo en normas, orientaciones de conducta, régimen interno, sino que su regla tiene por fin el amor a Dios y el amor a los hermanos, expresados y vividos en la caridad viva que ama, honra, santifica el Cuerpo de Cristo que formamos como comunidad. No una caridad centrada en cosas externas, sino cimentadas en el amor, amor como decisión de vida: optar por el amor, algo muy bien encarnado por la Madre Esperanza, una de nuestras cofundadoras.

Agustín aportó mucho al ideal y a la doctrina de la vida cristiana. Con su regla dio un salto en el desarrollo de la vida monástica de occidente. A  lo largo de la historia su regla va siendo reconocida y asumida por muchas órdenes religiosas como lo Canónigos de San Agustín, los Dominicos, Asuncionistas, Mercedarios, Trinitarios, Premostratenses… así como también por los institutos femeninos, tales como las Ursulinas, Dominicas, Agustinas…

La regla es de muy fácil comprensión, no contiene ideas muy elaboradas y está muy ligada con sus obras de modo general.

La regla se basa en Hechos de los Apóstoles, donde describe la vida de las primeras comunidades (hechos 2, 42-47 y hechos 4, 32-35). No tiene un carácter ascético, así como la de San Francisco, San Benito y otros, sino que la ascética agustiniana va en función del amor al otro; la vida comunitaria, en si ya es una ascesis, donde cada uno sale de sí para darse al hermano.

La regla es una llamada a la igualdad, a la corresponsabilidad de lo que somos y tenemos, pues vivimos en una comunión de bienes, donde todo es de todos. ¿Por qué todo en común? Dios es nuestro común. Si compartimos a él, nuestro bien mayor, lo demás es superfluo, y siempre nos debe llevar a Dios, de quien emana todo.

Agustín es un hombre de mucha humanidad; en su regla siempre llama a la unidad, a vivir el común, pero jamás a la uniformidad, sino que valora y llama a que cada uno a aportar de sí para construir la comunidad. Incluso Agustín llama a los monjes a ser uno en la adversidad, pero advierte que solo hay unión donde hay caridad en Cristo.

La pobreza agustiniana también tiene otra dimensión. La pobreza comprendida para Agustín lleva a la libertad, no la de carecer, es tener en común lo necesario. La pobreza agustiniana se resume en tres cosas: no presumir (si uno presume de sí mismo, desprecia a los demás y va contra la caridad fraterna, donde no hay mayores o mejores, sino iguales); no apegarse (el corazón debe está libre para amar); y finalmente no acumular (todo lo tenemos  en común y quien acumula, le quita al que realmente necesita).

La comunidad es un espacio teológico donde habita Dios que derrama sus dones y que pide amor por parte de cada uno, no un amor en la alabanza solamente, sino que lo amemos, honremos, cuidemos en la persona del hermano diariamente e independientemente de lo que pase, el amor jamás debe modificarse, porque nuestro amor debe ser un amor casto, puro en Dios, que sabe perdonar y comprender, ya que la comunidad no es lugar de ángeles o santos, sino que su materia prima es el ser humano, que está sujeto a pecados.

Somos como vida consagrada un don de Dios que nos llama a irradiar su luz, transmitir su mensaje de amor a la toda creatura. La regla de San Agustín es una gran riqueza y mucho más queda por compartir, pero pido que él interceda ante nuestro Señor, para que realmente podamos vivir lo que estamos llamados a ser como cristianos y como vida consagrada. Que Él sea todo en nosotros para que podamos servir y amar sin límites.

Juliana Lima Ribeiro
Novicia MAR

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