Lectio Divina: Decimoséptimo Domingo del Tiempo Ordinario


1- Invocación al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido; luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro. Mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón del enfermo;
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.

2- Del Evangelio según San Juan 6-15

Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían los signos que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: « ¿Dónde nos procuraremos panes para que coman éstos?» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.» Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente.» Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.» Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente el signo que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.» Sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo.

3- ¿Qué dice el texto?

Este es el único milagro que se narra en los cuatros evangelios, y en Marcos y Mateo encontramos una segunda multiplicación de panes y peces. Juan pone la iniciativa en el mismo Jesús, asegura que él “sabía bien lo que había de hacer”. El texto se divide de este modo: introducción histórica (vv. 1-4); diálogo entre Jesús y los discípulos (vv. 5-10); descripción del signo-milagro (vv. 11-13); incomprensión de la muchedumbre y soledad de Jesús, que se retira a orar en monte (vv. 14-16).

Jesús es, para el Evangelista Juan, aquel en quien se cumple el pasado y se realizan todas las esperanzas de Israel. El pan que el  Maestro va a dar al pueblo perfecciona la pascua judía y pone el gran milagro bajo el signo del banquete eucarístico cristiano. Jesús habla antes a la gente que le sigue de una nueva alianza con Dios y de la vida eterna.  A continuación, toma la iniciativa y llama la atención del apóstol Felipe sobre la dificultad del momento. Las soluciones humanas no basta para saciar las necesidades del hombre (v. 7). Es Jesús el único que satisface plenamente todas las necesidades. El alimento se multiplica en sus manos y todos quedan saciados. Jesús se presenta, con el signo del pan, como el Mesías esperado que sacia el hambre de su pueblo, el nuevo Moisés que perpetúa el milagro del Maná, del Pan verdadero que baja del cielo para ser alimento y fuente de vida eterna para todos los que comen de ÉL.

4- Me dejo guiar e iluminar por la palabra y pregunto ¿qué me dice?


San Agustín señala con fuerza la dimensión de gracia que tiene el sacramento de la Eucaristía; quien quiera vivir, ya tiene dónde y de qué vivir, del Cuerpo y sangre de Cristo. No obstante para que el sacramento sea fuente de vida es preciso aceptar las tres condiciones que san Agustín coloca como sinónimos de la eucaristía: “¡Oh sacramento de piedad!, ¡oh símbolo de unidad!, ¡oh vínculo de caridad! Quien quiera vivir, aquí tiene dónde vivir, tiene de dónde vivir. Acérquese, crea, forme parte de este cuerpo para ser vivificado”

Es preciso pues, vivir el sacramento de la piedad. Se trata por una parte de la manifestación de la misericordia de Dios hacia los hombres, pero a la vez es una invitación a los seres humanos  saber siempre dar a Dios, con fidelidad lo que a Dios le corresponde y colocarlo siempre en el centro de la propia vida y en el centro del propio corazón. Quien recibe la eucaristía no lo puede hacer en un ámbito intimista, se vincula y queda obligado por la caridad a ser un miembro sano del Cuerpo de Cristo y a procurar el bien de los demás miembros de ese cuerpo. Por que  como señala San Agustín no es coherente honrar a Cristo Eucaristía, mientras despreciamos y humillamos a los miembros del Cuerpo de Cristo (nuestros hermanos).


Es preciso honrar a Cristo cabeza, pero sin descuidar a los demás miembros del cuerpo de Cristo por sencillos que puedan ser. Por otro lado la Eucaristía es también “símbolo de unidad”, es a la vez prenda y exigencia de unidad de vivir la comunión con todos los miembros del Cuerpo de Cristo entre los que debe reinar la unidad y la paz, como fruto de la caridad, norma suprema del cristiano. Finalmente la Eucaristía es “vínculo de caridad”. Se recibe la caridad y se crea el fuerte vínculo del amor al recibir la Eucaristía. Cuando esto es verdad, la vida del creyente está llena de la vitalidad de Dios, de su propio amor, de su gracia. Por ello, quien quiera vivir, debe acercarse a la fuente de la vida que es la Eucaristía, pero debe estar dispuesto a cumplir las tres condiciones que San Agustín específica: la piedad, la unidad y la caridad. Sólo así verdaderamente la participación en la Eucaristía vivificará el alma del creyente. (Enrique Eguiarte Bendímez OAR, San Agustín y la Eucaristía, Libro Regresa al corazón)

5- Oración del pan

El pan es para todos. Como es tu cielo. Como es tu sol, amigo Jesús. Pan para los niños que lloran de hambre; pan para las madres que no lo tienen para dar, pan para los viejecitos que ya no tienen fuerzas; pan para el que trabaja, siempre pan.

 Tú te has hecho Pan de vida, Jesús. Tu vida se ha hecho pan a compartir, Tu vida, pan fresco y sabroso, tu vida el pan de cada día en la mesa del altar.

Jesús, cuando alguien tenga hambre, que yo comparta mi pan, cuando alguien tenga sed, que yo le de mi vaso. Cuando alguien esté con frío, que yo le comparta mi ropa. Jesús, yo quiero ser pan para todos.

6- Contemplación
La eucaristía es un sacramento de amor que nos recuerda la muerte y sacrificio de Cristo en la cruz, invitando al creyente no solo a contemplar este ejemplo, sino a imitarlo en su propia vida, ofreciéndose como un sacrificio vivo al Padre, como pan que se convierte en alimento, en vida para nuestros hermanos que tienen hambre, sed de Dios, de paz, de Justicia y de igualdad.

7- Acción:


Jesús dijo que “el grano que no muere, queda infecundo, pero “si muere da mucho fruto”. Las vidas que no mueren renunciando a sí mismas, terminan muriendo en su infecundidad. Mientras que las vidas que mueren sacrificándose por los demás, son vidas que florecen en nuevas vidas.

Jesús no encontró mejor expresión para sí mismo que el pan. En la última Cena quiso “dejarse a sí mismo” entre nosotros. El pan se hizo Jesús. Y Jesús se hizo pan. Y por eso, cada día tenemos la posibilidad de alimentarnos de él. Jesús sigue muriendo y transformándose en nosotros y transformándonos a nosotros en él.

La mejor manera de no morir nunca es darse siempre. La mejor manera de vivir siempre es darse siempre. La Eucaristía es pues un sacramento de amor que pide amor. 


Francisca Braga Malveira
Novicia MAR 
Bibliografía: Enrique Eguiarte Bendímez OAR (San Agustín y la Eucaristía, Libro Regresa al corazón).  Lectio Divina para la vida diaria Evangelio de San Juan, edición preparada por Giorgio Zevini y Pier Giordano Cabra


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