REFLEXIÓN DE TEXTOS SOBRE LA ORACIÓN DE JESÚS Y ALUSIVOS EN EL EVANGELIO DE LUCAS (V)
5.- JESÚS, PASA LA NOCHE EN
ORACIÓN, ANTES DE ELIGIR A LOS DOCE: Lc
6,12-13; Mt 10,1-4; Mc3,13-19 cf. Hch 1,13

Jesús comienza a formar al
nuevo pueblo de Dios, integrado por personas que vienen del pueblo judío
(Judeocristiano), pero también de otros pueblos. Antes de elegirlos, Jesús se prepara con
una noche dedicada enteramente a la oración
(6,12).
Para Lucas, las estructuras
constitutivas de la oración son las siguientes: la expresión de la relación con Dios, es decir, la adoración;
luego, la petición y la intercesión, no con una finalidad profana, sino para el
desarrollo del designio salvífico de Dios mediante la obediencia de la fe para
con la palabra divina de revelación. Este modelo es constitutivo para la
oración de los cristianos, tanto individual (Lc 11,5-13; 18,1-14) como
comunitaria (Hch 1,14; 4,14-31). Es
verdad que los momentos en que Jesús ora son los momentos cruciales de la era
nueva de la salvación, mientras que la oración de los cristianos inserta al
individuo o a la comunidad en la historia que Dios realiza a través de Cristo.
Para ellos, orar es no perder la fe, estar en pie, resistir a la tentación.

Jesús se vuelve hacia Dios,
no sólo para expresarse, sino también para oírle. Una verdadera comunicación y
una oración auténtica significan a la vez hablar y escuchar. Esta comunión
tiene lugar en la montaña, que es el lugar por excelencia del encuentro del
hombre con Dios. Por la noche (v. 12), Jesús se encuentra en medio de la
comunidad de sus discípulos; la comunicación viva entre ellos le da al relato
un tono de tranquilidad.[2]
No puede haber comunidades
sin dirigentes, pero éstos no se sitúan frente a la comunidad: vienen de su
seno, elegidos
por Cristo. Aquí, no son más que
misioneros y predicadores, pero después de pascua pasarán a ser los ministros
de la Iglesia y los portavoces del evangelio y, en la época de Lucas, después
de su muerte, serán considerados sus fundadores y sus pilares. El término “eligió”, designa aquí
una elección concreta, funcional, para un servicio, y no una elección divina en
sentido dogmático. La mención de los nombres de los Doce subraya su nueva
responsabilidad, que es una misión duradera.[3]
Lo que importa para Lucas,
es que la presencia de aquellos hombres
junto a Jesús, los convierte en futuros testigos (Hch 1,22-23). Son los
primeros testigos de la resurrección y, retrospectivamente, de la vida y de la
muerte de Jesús, los primeros guías de la comunidad-madre, los representantes
de las doce tribus del nuevo Israel y los misioneros entre los judíos. La elección de los Doce representaba para la
primera tradición oral el restablecimiento de Israel. Para Lucas, participan en
el devenir del pueblo de Dios.
Acto seguido Lucas presenta
el auditorio: “Una gran muchedumbre del pueblo, procedente de todo el país
judío, incluida Jerusalén, y de la costa de Tiro y Sidón, que habían ido a oírlo
y a quedar sanos de sus enfermedades, y también los atormentados por espíritus
inmundos, se curaban; y toda la multitud trataba de tocarlo, porque salía de él
una fuerza que los sanaba a todos” (6, 17b- 19).
Cristo eligió a los Doce
previo a un discernimiento ante Dios y en identificación con su Voluntad. Jesús
ora porque tiene en sus manos un proyecto salvífico que instaura una nueva
manera de ser y de vivir, de cara a Dios. Es un proyecto de Iglesia, de
comunión, de Reino. Es un proyecto que abarca la vida del ser humano y que por
tanto comporta una nueva manera de relacionarse; es la manera de Jesús, con una
mentalidad evangélica, es decir, con el espíritu de las bienaventuranzas. Esta
nueva manera de vivir no se puede realizar humanamente, por las propias fuerzas
y el propio querer, sino, que responde a un llamado profundo de Dios al corazón
del hombre. Solo el hombre que se siente llamado es capaz de responderle. En la
llamada implícitamente está la respuesta. Solo la experiencia profunda de comunión
con Jesús nos puede convertir en apóstoles, en testigos.
La vida de iglesia y la
vida religiosa necesitan hoy más que nunca de testigos. Es decir, de
continuadores, que hagan presente en el hoy la misma manera de ser y actuar que
Cristo tuvo en su tiempo. El apóstol es aquel que apasionado por Cristo y su
evangelio vive de fe, vive por la fe, y vive entregándole a Dios su corazón,
porque Dios es su pasión, de la misma manera que el Padre fue la pasión de
Cristo.

Entiendo que Jesús desde el
bautismo trae una línea soteriológica. El Reino de Dios está ya presente. Él es
el Mesías, el Hijo de Dios, siervo y profeta. Este anuncio salvífico tiene
lugar en la Sinagoga de Galilea. Se implantan los tiempos nuevos del año de
Gracia, donde la Buena noticia de Dios se concentra en Jesús y es para todos
sin exclusión. A su vez, Jesús, instaura un nuevo pueblo, a la manera del
pueblo de Israel, ya no son doce tribus o doce patriarcas, sino doce apóstoles,
según nos presenta Lucas que serán los testigos de este acontecimiento, con el
Jesús histórico, hasta Pentecostés.
Con Aparecida cabe decir,
que “El acontecimiento de Cristo, es, el inicio de ese sujeto nuevo que surge
en la historia y al que llamamos discípulo. (Nro. 243). Identificados con el
Maestro, nuestra vida se mueve a impulso del amor y en el servicio a los demás.
Este amor implica una continua opción y discernimiento para seguir el camino de
las bienaventuranzas (Lc 6,20-26; ver Aparecida, Documento conclusivo. 2) Tal
como plantea Aparecida, el reto y desafío de todo cristiano es profundizar en
nuestra vida cristiana de modo que Cristo viva en nosotros.
El Jesús
terreno se había presentado como profeta mandado (salah) por Dios, en la
línea de los antiguos profetas, pero con la tarea única y escatológica de
anunciar e iniciar el reino esperado de Dios; este verbo, con el contenido
relativo de misión profética, fue traducido por el verbo griego apostélló muy pronto después de
Pentecostés.
La dimensión
profética de la vida cristiana esta solapada en nuestros ambientes eclesiales y
religiosos. Nuestra postura frente a la vida, los derechos humanos, la justicia
están dejando mucho que desear. Siento que nos hemos estructurado tanto que
estamos descuidando lo esencial. Solo una verdadera formación como discípulos y
misioneros, y una práctica misionera de nuestra vida espiritual nos permitirá
devolver a la iglesia y a la vida religiosa la originalidad con la cual nació y a la que estamos llamamos a reconquistar.
Nieves María Castro
Pertíñez. MAR
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