GLOSARIO SOBRE EL PENSAMIENTO DE SAN AGUSTÍN SOBRE LA CONVERSIÓN (PARTE 4)


IMÁGENES DE DIOS:

A. Lar familiar: En una primera etapa, Dios es para san Agustín una especie dios heredado de su madre, Mónica. Un Dios que conocía sólo de oídas (Jb 42, 5), ya que su madre continuamente le hablaba de Él (conf. 3, 8). No obstante este Dios familiar, no deja de ser un Dios distante y lejano que no tiene una incidencia verdadera en su vida. Se trata de una imagen de Dios porque puede llegar a convertirse, al estar vinculado fuertemente a los elementos familiares propios de la familia, en un Dios de la familia, del clan, del grupo humano cultural, del que quedan excluidos todos los que no pertenecen al mismo, o son diferentes racial y culturalmente. Se trata de una imagen de Dios que puede fácilmente llevar a los fundamentalismos y a ser un dios manipulable que pongo al servicio de valores accidentales, como la raza, la cultura y la identidad grupal. San Agustín vive durante algunos años con la imagen de este dios, lar familiar, percatándose particularmente de su lejanía y de la relación tan poco personal que implicaba. 

B. El dios fantasma: Una segunda imagen equívoca de Dios que nos ofrece san Agustín en las Confesiones es la del dios fantasma (conf. 4, 9.). Es un dios que carece de una entidad real, cuya existencia es huidiza. Se trata de un dios que en algún momento de la vida tuvo una incidencia particular, pero que en el momento presente de su vida se encuentra ausente, como un vago recuerdo, e incluso, como una realidad que ha desparecido de su horizonte existencial y que de vez en cuando vuelve a aparecer, teniendo una existencia etérea y abstracta. Un dios impersonal que, al ser un fantasma, le hace vivir sus compromisos de una manera también vaga y superficial.

C. Dios entelequia: El Dios que conoce Agustín por parte de los maniqueos, le lleva a pensar en una realidad material y física de Dios. Un dios unido a una serie de mitos y de luchas entre la luz y las tinieblas. Un dios que no tiene ninguna incidencia ni relación personal con sus fieles, sino en cuanto están involucrados, como él, en la lucha contra el mal. Dios también ha podido llegar a ser para nosotros un simple concepto sobre el que podemos teorizar mucho, demostrar su existencia de manera racional, pero que no nos compromete a nada, que no despierta en nosotros ningún sentimiento ni afecto, como no podemos tampoco sentir afecto por una realidad teórica lejana que hemos estudiado, pero que no es el ámbito en el que nos movemos todos los días.

INTERIORIDAD: Agustín es el fundador de la tradición específicamente occidental de la interioridad o del mirar hacia el interior, y con ello abarca tres conceptos interrelacionados: el sí-mismo interior, el volverse hacia el interior, y los signos exteriores como expresiones de cosas interiores. El espacio interior agustiniano es más que un mundo individual privado; es el ámbito en el que el alma encuentra la verdad inteligible y encuentra, sobre todo, la única Verdad eterna que es Dios. Por tanto, el sí-mismo interior es definido por la capacidad del alma para mirar en dos direcciones: primeramente hacia dentro; luego hacia lo alto. El volverse hacia el interior significa apartarse de los cuerpos para dirigirse hacia el alma y mirar hacia arriba significa ver que Dios existe a un nivel, más elevado que el alma, como “la luz inmutable que está por encima del ojo de mi alma” (conf. 7.10.16)[1]

La conversión implica un momento de encuentro en profundidad con Dios, que habita en lo más íntimo de mi propio interior” (Cf. conf. 3, 11), del que ciertamente recibimos la invitación para hacer algunos cambios y mejoras en nuestra vida; mejoras que nos ayudan a llevar una vida más santa, más plena, más libre y más feliz, llenando nuestra vida del amor de Dios, pues como dice san Agustín: Donde hay amor, ¿qué puede faltar? Y donde no hay amor, ¿qué puede aprovechar? (Cf. Io. eu. tr. 83, 3).

JATTAT: Es una  acepción agustiniana del pecado en hebreo, que etimológicamente significaría fallar el destino, no dar en la diana, representaría al ser humano equivocando su destino, volviéndose hacia las criaturas en lugar de ir hacia Dios, pues la meta del hombre es llegar junto con Dios, recordemos lo que decía san Agustín (en. Ps 37, 10).

LA DISPERSIÓN Y LOS MEDIOS ACTUALES: Vivir un proceso de ordenamiento interior debe significar para el creyente un fuerte reto a regresar a su propio interior, dejando la dispersión y los reclamos a vivir fuera de sí mismo. En una era como la nuestra, en la que existen muchos medios de comunicación, es preciso estar atentos para que estos medios no se conviertan en fines en sí mismos, y en elementos que nos lleven a la dispersión, al olvido de Dios y de los hermanos, y por ello, a la des-estructuración de nuestras vidas. El proceso de ordenamiento interior exigiría por una parte, una gran sinceridad para analizar y reflexionar si estos medios (e-mail, chat, sms, celulares, skype, redes sociales, etc.) se han convertido en el centro de la vida de un creyente de tal forma que ya no puede vivir sin ellos y estos mismos medios lo llevan a vivir en una continua dispersión, interesado por lo que pasa fuera de sí mismo, constituido como juez universal y cibernético de sus hermanos; o si estos medios son realmente instrumentos al servicio del trabajo y de las necesidades de la comunidad y no un pretexto y ocasión para la dispersión.

LA ORACIÓN DE LA IGLESIA: Otro de los medios que san Agustín reconoce que le ayudaron en su proceso de conversión es el de la oración de la Iglesia. San Agustín estaba convencido de dos cosas. En primer lugar, de que la renovación hecha por el Espíritu Santo en su interior -elemento que le movió a regresar a Dios-, era una gracia. Y en segundo lugar, que esta gracia de la conversión le había sido concedida no por sus méritos propios, sino como una respuesta gratuita y misteriosa de Dios a las oraciones de la Iglesia representada por su madre Mónica.

MÉDICO DIVINO: Para san Agustín es  Cristo, para recibir de él la sanación de las heridas de nuestro corazón, no ocultando nuestras llagas, sino confiando en su misericordia: No escondo mis heridas. Tú eres el Médico, yo soy el enfermo (conf. 8, 3).


METANOIA: El Nuevo Testamento, al hablar del arrepentimiento y de la invitación a una vida nueva en Cristo, utiliza la palabra griega (conversión). De hecho san Mateo después de la extensa introducción de su evangelio a lo largo de cuatro capítulos, finalmente presenta a Jesucristo, protagonista del mismo, y la primera palabra que coloca en sus labios, es la palabra metanoeîte (“convertíos”, Mt 4, 17). La metanoia es el cambio de mentalidad, es la redefinición de los principios rectores de la propia vida, de valores en torno a los cuales giran los principales intereses de la persona. Implica pues un cambio o bien una redefinición o relectura de lo que ya se poseía. Y en segundo lugar, este término implica también el que la meta está siempre clara. Por tanto la conversión estará en la elección de los mejores medios para poder alcanzar con mayor facilidad o excelencia el fin que nos hemos propuesto. Por otra parte la metanoia implica para san Agustín una transformación, que parte de la fuerza configuradora del amor. El cristiano al entrar en el proceso de conversión se va asemejando cada vez más a Cristo. Muriendo al hombre viejo y dejándose renovar por la gracia, el creyente se va configurando cada día más con  Cristo, el hombre nuevo, para llegar a convertirse, por la fuerza refiguradora del amor en “otro Cristo”.

MISERICORDIA: Dios es la fuente de la misericordia desde la perspectiva de la vida y conversión de Agustín (mencionada a menudo en las Confesiones). Para Agustín, la desdicha humana originada por el pecado es dominada únicamente por la misericordia de Dios con la que uno debe cooperar (ench.32; civ. Dei 10,6) mediante el reconocimiento de la propia necesidad y por el ejercicio con amor de obras de misericordia (Cf. s. 106.4) La responsabilidad del cristiano no consiste únicamente en buscar la misericordia de Dios, sino incluso en demandarla (Cf. En. Ps. 32.2.2.28)[2].

Por eso para san Agustín en el proceso de conversión suyo y de todos nosotros, nos dice que la humildad y la misericordia van de la mano, pues todos tenemos que imitar a Cristo siendo misericordiosos como El padre Dios es misericordioso con nosotros.

MOVIMIENTO TEOCÉNTRICO: El universo de la conversión agustiniana tiene como eje al mismo Dios. Desde la realidad y la santidad de Dios es desde la que el hombre puede descender a contemplar su realidad antropológica y no al revés. El movimiento contrario, que parte del propio pecado y que en ocasiones se queda en él, puede llevar a concepciones antropológicas equívocas, bien sean por exceso (el hombre sólo con sus fuerzas puede superar el pecado: pelagianismo) o bien por defecto (el hombre no puede hacer nada por superar su pecado, debe hundirse en él y sólo confiar en que Dios se apiade de él: pesimismo fideísta). La santidad, la grandeza y la belleza de Dios son las que mueven al hombre a contemplarse a sí mismo a la luz de esta misma santidad que invita al cambio y a la conversión.

ORACIÓN: Es tan importante para obtener la gracia, fuente de conversión, que san Agustín llegado al ocaso de su vida seguirá insistiendo en la importancia de la oración para conseguir la vivificación, la conversión. La oración no sería otra cosa que la vivencia cotidiana de uno de los movimientos espirituales más propios del hombre agustiniano, que es el de levantar el corazón hacia Dios, sabiendo que “si el corazón se queda en la tierra se pudre” (Cf. S.229 A, 3).


Nieves María Castro Pertíñez. MAR




[1] Fitzgerald, Al. OSA. Diccionario de san Agustín. Ed. Monte Carmelo. 2001 p. 740
[2] Fitzgerald, Al. OSA. Diccionario de san Agustín. Ed. Monte Carmelo. 2001.  P. 899

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