“LA ORACIÓN EN SAN AGUSTÍN”



Otro aporte que da san Agustín sobre la actitud del hombre ante la oración es la de sentirse insatisfecho, sediento de Dios, suspirando por la patria definitiva, porque somos conscientes de que estamos de paso. Esta idea que aparece en la carta 130 es también como la necesidad imperiosa que tiene el hombre de ser colmado por Dios, porque solo Él puede llenar el corazón del hombre. Y me viene en este momento, unas palabras impactantes del papa Francisco: ningún religioso/a, novicio/a, seminarista, puede buscar consuelo ni consolación fuera de Dios. El religioso, no puede buscar compensaciones que suplan una falta de plenitud en el amor. Solo Dios plenifica el alma, y si nuestro corazón, como el de Cristo, no canaliza su afectividad en Dios y en el reino, buscará compensaciones para equilibrar la desproporción entre el ideal vocacional y la carencia afectiva que no ha podido colmar centrando la vida solo en Dios. Esto también lo ratifica Cencini en cada uno de sus libros.

Por eso la actitud de desterrado que propone san Agustín, es una actitud que nos pone en búsqueda siempre de tener sed de ese Dios que solo puede saciarnos y colmarnos, como dice el salmo 62: “Mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene sed de ti…”

Así entonces, la dinámica interna de la oración san Agustín la expresa en cuatro pasos fundamentales.

 1. No te salgas fuera: se trata de mantenernos recogidos, centrados en Dios, orientados hacia él.

2. Entra dentro de ti: es la dinámica de voltear nuestros ojos, explorar nuestro interior como ese gran océano que tiene tanto para conocer y descubrir, y como posibilidad de hacer de nuestra soledad una gran compañía;  saber  estar con nosotros mismos, es saber estar con toda la humanidad, sobre todo es una soledad habitada por Dios.

3. En tu interior había la Verdad: no se trata de vivir en estado de ataraxia como los budistas o el zen, sino de llegar a escuchar la voz de Cristo, nuestro Maestro que nos enseña la Verdad plena que transforma.

4. Trasciéndete a ti mismo: implicaría el no quedarnos con la experiencia solo para nosotros, sino que es una oración que va de la vida al encuentro con Dios y del encuentro con Dios a la vida;  es testimoniante, se traduce en obras, en profetismo, en radicalidad y en convicciones de cara a que otros vean también la luz que Cristo nos transmite en la oración.

San Agustín, también comentando  a Mt 6,6 nos habla de cerrar la puerta en la oración tal como nos lo manda Jesús. En este sentido, no basta con entrar dentro de nosotros. Podemos pasar largos ratos de oración delante del Santísimo. Lo que nos sugiere san Agustín es que además cerremos la puerta, es decir, que echemos la llave para no permitir que entren intrusos como la imaginación, la fantasía, la dispersión que no nos permitan ese encuentro profundo con el Dios de la Vida. Cultivar esta interioridad de entrar dentro de nosotros es una verdadera ascesis pero también es un camino cierto para hacer que el Señor sea nuestro centro y que disfrutemos de sus gracias, de forma que ya nada sabe igual ni es tan importante como la unión vital con El.

Insistencia también en san Agustín es su idea de regresar continuamente al corazón para encontrarnos con Dios. Por nuestra debilidad, somos tendentes a la dispersión, y con ella al pecado. San Agustín una  mil veces nos invita a volver siempre al corazón. Si nuestra vida, nuestras relaciones, nuestras motivaciones se descentran de lo esencial, la llamada continua y restauradora no tiene más que una opción: volver al corazón para canalizar nuestras potencias interiores y ajustarlas al querer de Dios y no al nuestro.

Para san Agustín las virtudes teologales son fundamentales para la oración. La fe afianza nuestra confianza en Dios, la esperanza nos recuerda que Él es fiel y la caridad es el motor y la dínamis que nos lanza a adherirnos al amor de Cristo y al amor de los hermanos, de forma que ya no vivimos para nosotros sino para Cristo y su Reino.


Sabemos también por la gran obra “La ciudad de Dios”, que san Agustín distingue dos amores que construyen dos ciudades y allí están nuestras actitudes vitales por las cuales debemos optar continuamente, sobre todo los cristianos. La ciudad  terrena, donde el hombre por amor a sí mismo desprecia a Dios y la ciudad de Dios donde el hombre por amor a Dios se desprecia a sí mismo. Es una  constante de Agustín, el hecho de que se puede dudar de todo, pero si no dudo de que amo a Dios, ni mis  debilidades, ni mis limitaciones y pequeñeces podrán nunca apartarme de este amor y seguir reorientando mi vida desde lo más imprescindible del existir humano que es el amor. Si amo a Dios puedo tener la certeza de que lo  tengo todo, porque ese amor de Dios va llenando mi vida plenamente y ¿en qué se me nota? En que doy testimonio a los demás, de que vale la pena dejarlo todo por lo único esencial y verdadero, ya que  Dios es amor.

Para san Agustín el libro favorito es la Sagrada Escritura con la que se dejó acompañar toda su vida de oración; y de hecho cabe  decir que sus grandes obras salieron de sus grandes meditaciones a la luz de la Palabra. Por eso, la invitación  que nos hace san Agustín es a vivir la oración discernida con la Palabra, porque la Palabra de Dios es una carta de amor que Dios me escribe para que yo descubra su querer y viviéndola, ser feliz y dar sentido a mi vida, y no equivocarme y tergiversar el mensaje. Dios habla por medio de su Palabra, y por medio de ella me va indicando el camino, ¿Cómo hacer la voluntad de Dios si no escucho lo que trata de comunicarme por medio de  ella?

La oración para san Agustín nos hace ver en la creación la obra maravillosa de Dios, engrandecer su belleza y descubrirlo en toda su inmensidad. La verdadera oración nos da una  mirada limpia y nos ayuda a ver a Dios en todas las cosas,  en todo lo que acontece, incluso en aquello que no entendemos con nuestra mente, pero podemos leer con los ojos de la fe.

Para san Austin la oración nos debe llevar a una certeza: Dios me ama, y si Dios me ama, ¿A quién temeré, quien me podrá apartar de su amor? Esta certeza me ayuda a ver que todo lo que sucede, bueno o malo, es providente para mi vida, y aunque en el momento actual no entienda nada, si me fio plenamente de Dios, espero con paciencia su manifestación y su providencia que siempre vela por mí y me protege, dándome más de lo que yo espero. El amor a Dios, y el amor de Dios es la fuerza que nos ayuda a vencerlo todo con su gracia, y nada ni nadie se puede oponer a esa cohesión divina-humana.

Nieves María Castro Pertíñez, MAR

Fuentes: Material preparado por Fr. Enrique A. Eguiarte Bendímez, oar

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