¿QUIÉNES SON LAS PERIFERIAS EXISTENCIALES?
Jorgito, es un niño-joven de 15 años. Es
más niño que joven porque mantiene una dulzura en su rostro y una paz exquisitos,
más aún, su sonrisa cautiva porque nace de lo profundo y limpio de su corazón. Él es una periferia existencial. Su
madre tomó durante su embarazo aguardiente, y cuando Jorgito nació lo estampó
contra la pared, por causa de su rechazo. Gracias a eso, quedó abandonado e inválido. Su papá lo tiene
en casa de sus padres, pero son los abuelos, ya mayores, quienes lo atienden la
mayor parte del tiempo. A la suma de inválido le añadimos atrofiado en todos
sus miembros. Ahora sus manitas dobladas, supremamente delgadas, su cuerpo
yerto, desnutrido, sin movimiento, queda a la espera de que llegue la hora del
aseo, unas veces más tarde, otras más temprano.
El olor — dice Jon Sobrino “es un criterio fundamental para
discernir quién es el Señor”. Dios, en verdad, provoca nuestra náusea (aunque
no solo nuestra náusea). La vida creyente, en tanto que vida trastocada,
espiritual, gira, por tanto, en torno al clamor de las
víctimas. Para un cristiano, el pobre es, sencillamente, su Señor. Un
cristiano se encuentra sujeto a la demanda infinita que nace de los estómagos
del hambre. En este sentido, lo primero —lo innegociable— para un cristiano es
dar de comer al hambriento. Luego, si se tercia, hablamos de Dios[1]. Mejor dicho: en
nombre de Dios, lo primero no es Dios, sino aquellos con los que Dios se
identifica.
Cuando veo este caso y otros muchos en
nuestro barrio, entonces empiezo a encontrarme con las
periferias existenciales, es decir, hermanos nuestros que sufren por causa de
sus enfermedades, que están muy cerca de nosotros, por eso son existenciales;
con nombres y apellidos, pero que están en el margen, en el olvido, porque
además del sufrimiento físico se le añade la exclusión; ya que no tienen vida
social, ni encanto, ni pueden desempeñar una vida normal, ni son reconocidos
por nadie, ni siquiera por los más cercanos.
Esta
reflexión me suscita estremecimiento. Esta humanidad doliente, marginada
existencialmente, está esperando. Ayúdanos, Señor, a tener el coraje de saber
optar por lo que tú optaste, con el riesgo que conlleva serte fiel.
NIEVES
MARÍA CASTRO PERTÍÑEZ. MAR
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