SOMOS MONEDA DE CRISTO


Uno de los efectos que san Agustín le atribuye al Espíritu Santo en la oración es que éste va forjando la imagen de Cristo en el interior de los creyentes. De este modo, san Agustín señala que el creyente debe ser moneda de Dios, y que el Espíritu Santo es el acuñador que debe grabar en el corazón de cada cristiano la imagen de Cristo, para que se sepa a quién pertenece y cuál es la meta hacia la cual se dirige su vida.

Según San Agustín: Somos moneda de Dios, moneda que hemos salido del tesoro; por el pecado se borró lo que en nosotros estaba impreso; vino a reformarla el mismo que la había formado, por lo tanto pide su moneda como el César pide la suya... Den al César las monedas, a Dios entréguense a ustedes mismos, y entonces será impresa en nosotros la verdad (Io. eu. tr. 40, 9), (Mt 22, 15-22).

Eso de ser moneda de Cristo no es algo fácil ya que allí está la imagen de Cristo, allí el nombre de Cristo, allí la función y los oficios de Cristo, yo diría también que allí está el valor de Cristo, como la moneda del César  tiene su valor en la imagen.

Ahora bien preguntémonos: ¿Cuál es la imagen que aparece en nuestra moneda, (corazón)? La de Dios que contiene la verdad o la del César que se refiere a todo lo mundano?, ¿Le estamos dando a Dios lo que le corresponde?, ¿Dejamos que el Espíritu Santo impregne en nosotros la imagen de Dios o al contrario nos aferramos a nuestra propia imagen que llevamos dentro?

Para que nuestra moneda tenga valor y que conozcan en nuestra imagen a nuestro Creador debemos dejar que el Espíritu Santo vaya forjando en nuestro interior la imagen de Cristo, que todo lo que vaya suscitando en lo profundo lo podamos reflejar en lo exterior a través de nuestro diario vivir.


Claudia Puac
Novicia MAR








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