PRIMERAS CADENAS DE PEDRO: LAS REDES, EL BOTE
También Pedro, como todos los demás, para seguir a Cristo, se
vio enredado por las cosas que poseía: sus propiedades, sus bienes. Tenía una embarcación,
tenía unas redes de pesca, quien sabe si tendría alguna otra propiedad, alguna
otra rentilla.
Todo esto encadena más que los eslabones de hierro. Allí
quedaron, por Galilea, muchedumbre de personas muy honorables que no fueron apóstoles,
ni tan siquiera cristianos, porque tenían redes, bote y propiedades…
Y claro: los negocios ocupan todo el hombre, que lo diga si no aquel
muchacho rico que no pudo seguir a Cristo, porque hubiera tenido que liquidar
sus propiedades dándoselas a los pobres.
Y dejadas las redes, le siguieron. He aquí una mano de insensatos
que prefirieron la devoción a la obligación: San Pedro, un hombre que abandono
su “obligación”; San Juan, otro hombre que abandono su “obligación”; Santiago y
San Andrés, etc., otros insensatos que se fueron con la devoción, dejando la “obligación”,
San Mateo, el cobrador de contribuciones, el más insensato de todos, porque
dejaba unas “obligaciones” de primera categoría.
Pedro, Que no está tonto, ya vio eso que solemos ver nosotros,
los listos: que con
las redes y el bote podría sacar dinero para ayudar a extender el Reino de
Cristo.
No era tonto Pedro… pero se hizo el tonto.
El que no se hizo el tonto fue el muchacho rico que no
dio sus bienes a los pobres, como le dijo Cristo, sino que se quedó con todo,
para poder así, sin duda, subvencionar y ayudar más al reino de Dios…
San Pedro, en la cárcel de Jerusalén, se miraba las
manos y los pies encadenados y se sonreía divertido:
¡A mí con cadenitas de hierro…!
Fuente: “Que buenos son los santos” Autor: P.M De
Iraolagoitia, s.j
Diana Gómez
Novicia MAR
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