LECTIO DIVINA DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO Lc 11,1-13
CONTEXTO: El capítulo 10 de Lucas termina
con el relato de Marta y María. Si el pasado domingo, el evangelio nos proponía
como necesaria la actitud contemplativa de María, la hermana de Lázaro, el de
hoy nos mete de bruces en la enseñanza de Jesús sobre la oración. El texto
inicia diciendo que Jesús estaba orando (v.1a). Jesús es una persona
acostumbrada a orar; conoce la Escritura y reza con ella. Su oración está
integrada a su vida y a su misión; supera los legalismos de los tiempos
determinados para rezar. Jesús ora en la vida y prolonga muchas veces los
momentos de oración que, como buen judío, debía dedicar diariamente.
¿DE QUÉ TRATA EL TEXTO? La oración de Jesús contagia, despierta interés,
anima a los demás. Los discípulos quieren aprender a rezar como él (v.1.b). La
oración de Jesús es un encuentro de intimidad con el Padre. Cuando Jesús ora se
dirige a Dios llamándolo Padre (v.2a). La
palabra Abba, que encontramos en los evangelios como característica de Jesús
significa Papi, Papaíto, y era una manera sencilla que utilizaban los niños
para dirigirse a su padre. Jesús,
el auténtico Maestro de oración, nos ha señalado según Lucas las direcciones
principales de nuestra oración en el Padrenuestro. Las primeras peticiones se
vuelven a Dios mismo: "tu nombre", "tu reino", tu voluntad
(v.2b).
Los cristianos, no
sólo consideramos a Dios nuestro Padre, y además comunitariamente
("nuestro"), sino que nos comprometemos en nuestra oración con la
gloria de Dios, queremos que su Reino sea conocido y crezca en este mundo. Luego
pasamos a pedir por nosotros mismos, en una actitud de pobreza y confianza:
pedimos el pan de cada día (lo necesario para vivir), el perdón de nuestras
faltas (somos pecadores, oramos con humildad, y además con actitud de perdonar
también nosotros a los demás), y que nos libre de todo mal (estamos todos en
lucha, aunque Cristo haya vencido radicalmente al mal) (vv.3-4).
Seguidamente
se presenta la parábola del amigo inoportuno
(vv.5-8) que nos recuerda que
Dios se deja siempre conmover por una oración perseverante. Continúa el texto con unas hermosas
exhortaciones del Maestro: pedid (…), buscad (…), llamad (…) (v.9)
recordándonos que Dios no defrauda nunca. Los vv.11-13 describen una comparación
sobre lo que hacen los padres por los hijos aunque sean malos, y lo que puede
hacer Dios con nosotros al darnos gratuitamente el Espíritu Santo.
¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO? Interpela mi vida de unión con el Señor. Jesús, mi
Maestro, me enseña a priorizar el diálogo, el encuentro con El. Sobre todo me
enseña que ese Dios de Jesús es tan cercano, que le puedo llamar papaíto. Al
llamarlo así experimento la ternura de Dios y me dejo abrazar y amar como si
fuese única. Pero precisamente, al añadirle “nuestro”, me recuerda que también
mi oración es de intercesión por mis
hermanos, y porque apremia el Reino
tengo que supeditar todo lo que soy y tengo a su voluntad; porque su voluntad
es idéntica a su misericordia, y no dudo de esa gracia para la Gloria de Dios. Es
una oración de perseverancia, no es para conseguir cosas, es para permitir
acercarme más a Dios. La gracia está en pedir, porque me siento necesitada, en
buscar, porque añoro la plenitud, en llamar, porque así me abro a lo verdadero
y eterno.
Lo que está
asegurado es que Dios da, se deja encontrar, y abre a quien llama a su puerta.
¿Qué da? La comunión con él, la fidelidad a su voluntad, su Espíritu Santo,
como bien fundamental y definitivo que está en la raíz de todo otro bien que
legítimamente el hombre puede desear, para él y para los demás. Las lecturas
que nos propone este domingo, son una invitación a la confianza en Dios, una
invitación a tenerlo muy presente en nuestras vidas y a ser capaces de
presentarle sin temor nuestros deseos, nuestras preocupaciones y necesidades.
El
poder contar con Dios, no quiere decir que tengamos que esperar que él nos
resuelva todos los problemas y menos aún que se ponga a favor de nuestros
pequeños intereses. Pero sí quiere decir que él nos da la mano en nuestro
caminar, nos da fuerza y valor. Es tener a alguien al lado que no nos deja
nunca, es poder vivir todo acontecimiento, por duro que sea, acompañado por un
amor muy grande, pleno, infinito.
El
tema de la oración vuelve a tomar fuerza y actualidad en este domingo. Es
conmovedor el diálogo que sostiene Abrahán con Dios para tratar de lograr el
perdón de Sodoma, la ciudad impura. La palabra diálogo es clave para entender
el significado y las exigencias de la plegaria cristiana. Ciertamente, si la
oración no fuera más que un monólogo del hombre consigo mismo, no sería preciso
orar, pero la plegaria auténtica es un diálogo que se realiza en presencia
consciente delante de Dios. Este diálogo surge desde la fe, la pobreza, la
reflexión, el silencio y nuestra propia renuncia.
¿QUÉ
ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS? “Venga
tu Reino, santificado tu nombre, hágase tu voluntad”, son palabras Señor que me mueven el piso; me
hacen temblar cuando me confronto con tu vida de amor al Padre y a los
hermanos. Quisiera Señor, vivir para ti, ser tuya y adentrarme en tu misterio;
pero dada mi fragilidad y caducidad me hago menesterosa de ti, pido, imploro y acojo el don que cada día me
regalas porque así tú lo quieres. No es posible Señor hablarte sin mirar a los
demás. Cleusa nos decía “Es preciso que El Reine” y tu Reino pasa por el
corazón y crece como el granito de mostaza. Enséñame Señor, a desbrozar las
malas hierbas de las buenas, para que tu Reino crezca porque en esa medida
estaré haciendo tu voluntad y tu nombre será santificado. No se trata de rezar muchos padres nuestros, sino de todo un
proyecto de vida y de comunión contigo.
“Llama con tu oración al Señor mismo con
quien descansa su familia; pide, insiste. No necesita ser vencido por la
importunidad, como el amigo aquél, para levantarse y darte. Él quiere dar. Si,
aun llamando, no has recibido nada, sigue llamando, pues desea dar. …Cuando
hayas conseguido los tres panes, es decir, el alimento que es el conocimiento
de la Trinidad, tendrás con qué vivir tú y con qué alimentar al otro. No tengas
miedo de que venga un peregrino de viaje; al contrario, hazle miembro de tu
familia recibiéndolo. No temas tampoco que se te acaben las provisiones. Ese
pan no se termina; antes bien, terminará él con tu indigencia. Es pan, y es
pan, y es pan: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Inmutable el Padre,
inmutable el Hijo e inmutable el Espíritu Santo; eterno el Padre, coeterno el
Hijo y coeterno el Espíritu Santo; Creador tanto el Padre, como el Hijo, como
el Espíritu Santo; pastor y dador de vida tanto el Padre, como el Hijo, como el
Espíritu Santo. Alimento y pan eterno el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Aprende esto tú y enséñalo. Vive de él tú y alimenta al otro. Dios, que es
quien da, no puede darte otra cosa mejor que a sí mismo. ¡Avaro! ¿Qué otra cosa
deseas? Si pides algo más, ¿qué te ha de bastar, si Dios no te basta? Mas, para
que pueda serte dulce lo que te da, es necesario que poseas caridad, que tengas
fe, que tengas esperanza. Son dones también de Dios”( S. Agustín. Sermón 105, 1-4).
Nieves
María Castro Pertíñez. mar
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