Ser cristiano es asumir los sentimientos de Cristo (Flp 2,9). Catequesis de Juan Pablo II

Para mi vida de seguimiento, especialmente en este tiempo de noviciado, tener presente este himno paulino ha iluminado el proceso de discernimiento continuo para reconocer qué es lo que Dios quiere de mí, lo más profundo, aquello que tiene que ver no con “dar” sino con “recibir”, “mi voluntad” y “tu Voluntad”, “muerte del yo” y “Tú en mí” “mis sentimientos y aspiraciones” y  “Tus sentimientos y Voluntad”.
Creo que ahondar en este himno es necesario para seguir clarificando la persona de Jesús, que hoy para muchos representa nuestro sentido de vida.  El beato Juan Pablo II nos dice:
Contexto: Se trata de un himno insertado en el capítulo segundo de la carta de san Pablo a los cristianos de Filipos, la ciudad griega que fue la primera etapa del anuncio misionero del Apóstol en Europa. Se suele considerar que este cántico es una expresión de la liturgia cristiana de los orígenes, y para nuestra generación es una alegría poderse asociar, después de dos milenios, a la oración de la Iglesia apostólica.
Esencia del cántico: Este cántico revela una doble trayectoria vertical, un movimiento, primero en descenso y, luego, en ascenso. En efecto, por un lado, está el abajamiento humillante del Hijo de Dios cuando, en la Encarnación, se hace hombre por amor a los hombres. Cae en la kénosis, es decir, en el «vaciamiento» de su gloria divina, llevado hasta la muerte en cruz, el suplicio de los esclavos, que lo ha convertido en el último de los hombres, haciéndolo auténtico hermano de la humanidad sufriente, pecadora y repudiada.
Por otro lado, está la elevación triunfal, que se realiza en la Pascua, cuando Cristo es restablecido por el Padre en el esplendor de la divinidad y es celebrado como Señor por todo el cosmos y por todos los hombres ya redimidos. San Pablo, además de proclamar la resurrección (cf. 1 Co 15,3-5), recurre también a la definición de la Pascua de Cristo como «exaltación», «elevación» y «glorificación».
Testimonio para el cristiano: Desde el horizonte luminoso de la trascendencia divina, el Hijo de Dios cruzó la distancia infinita que existe entre el Creador y la criatura. No hizo alarde «de su categoría de Dios», que le corresponde por naturaleza y no por usurpación: no quiso conservar celosamente esa prerrogativa como un tesoro ni usarla en beneficio propio. Antes bien, Cristo «se despojó», «se rebajó», tomando la condición de esclavo, pobre, débil, destinado a la muerte infamante de la crucifixión. Precisamente de esta suprema humillación parte el gran movimiento de elevación descrito en la segunda parte del himno paulino (cf. Flp 2,9-11).
Dios, ahora, «exalta» a su Hijo concediéndole un «nombre» glorioso, que, en el lenguaje bíblico, indica la persona misma y su dignidad. Pues bien, este «nombre» es Kyrios, «Señor», el nombre sagrado del Dios bíblico, aplicado ahora a Cristo resucitado. Este nombre pone en actitud de adoración a todo el universo, descrito según la división tripartita: el cielo, la tierra y el abismo.
Luz para el camino: Cada uno de nosotros por Gracia, hemos iniciado a descubrir la belleza amorosa de Cristo que nos seduce.  Sus acciones testimoniadas en los Evangelios, son reflejo de sus sentimientos enraizados en el Padre.  Hoy al seguirlo pidamos con humildad que nos deje mirarlo bien por dentro, entrar en su corazón y dejarnos seducir, para que aumente nuestro deseo de querer ser como Él.     Sólo Él puede otorgar la plena vida y cause de nuestros sentimientos para seguir construyendo el Reino de Dios, única pasión de Cristo.

Brenda Ovalle. Novicia MAR

 

 

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