XXII Domingo del Tiempo Ordinario-Ciclo A

Cargar la cruz,  Mateo 16, 21-27

Invocación



Ven Espíritu Santo, llena mi ser con tu amor, regálame el estar abierta  a ti y a tu palabra. Ven y abre mi corazón para que pueda descubrir a Jesús, mi amigo y maestro, en lo más profundo de mí, como una dulce aventura en busca de la voluntad del Padre;  sorpréndeme con esa tierna mirada que todo lo conoce, acepta y redime;  hazme sentirme cada vez más necesitada de tu paz y acompáñame a acercarme a esta lectura desde tus ojos y no desde los míos. Amén.




Lectio

Con el corazón atento, acerquémonos al texto que nos propone la Iglesia para este domingo:

21 A partir de entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, padecer mucho por causa de los ancianos,  sumos sacerdotes y letrados, sufrir la muerte y al tercer día resucitar.
 22 Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderlo: "¡Dios no lo permita, Señor! No te sucederá tal cosa.
 23 Él se volvió y  dijo a Pedro: "¡Aléjate, Satanás! Quieres hacerme caer. Piensas como los hombres, no como Dios.
24 Entonces Jesús dijo a los discípulos: "El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.
25 El que quiera salvar su vida la perderá; pero  el que pierda la vida por mi  causa  la conservará.
26 ¿De qué le vale al  hombre ganar todo el mundo si pierde su vida? ¿Qué precio pagará por  su vida?
27 El Hijo del hombre ha de venir con la gloria de su Padre y acompañado de sus ángeles. Entonces pagará a cada uno según su conducta”.

Guamote, Ecuador

¿Qué dice el texto?

Nos encontramos con el texto que sigue a la profesión de fe de Pedro, que ha reconocido a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios Vivo y que a su vez ha sido designado por Jesús como la piedra  sobre la que se construirá la nueva comunidad de los hijos de Dios. En este pasaje Jesús se encuentra en camino hacia Jerusalén, camino de la pasión y muerte. Desnuda su alma ante el grupo de los discípulos; no les habla de uno en uno sino que se dirige a ellos como comunidad.

Podemos distinguir tres partes en esta construcción narrativa:
·        V. 21: Anuncio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
·        VV. 22-23: Reacción de Pedro y reprensión de Jesús.
·        VV. 24-26: Instrucción sobre el discipulado.


En el versículo 21, de manera sencilla, pero cruda, Jesús les comparte lo que intuye que le espera en Jerusalén: humillaciones,  sufrimiento y hasta la muerte por parte de las autoridades; es el precio a pagar por su fidelidad a la voluntad del Padre y de llevar hasta las últimas consecuencias el proyecto del Reino. Jesús se muestra no como un guerrero o un Mesías victorioso,  sino más bien como el siervo sufriente, la víctima que redime con su sangre (Cf.Is.52, 13ss).
Pero todo no terminará ahí; esta primera parte del texto concluye con el anuncio de la Resurrección, a la que los discípulos, especialmente Pedro, parecen no hacerle mucho caso.

En la segunda parte vemos a Pedro responder impulsivamente, dejándose llevar tal vez por el miedo o por sus ideas triunfalistas de un reino de este mundo, indignado y pidiéndole a Dios que libre de ese destino a Jesús. De alguna forma es una reacción normal; Pedro quiere evitar el sufrimiento del ser querido… ¿no nos pasa también a nosotros? Sin embargo no siempre se cumple el adagio “amor no quita conocimiento”.  


Jesús le responde firmemente y con palabras duras: llama “Satanás” (adversario, contrario) a aquel a quien hace poco le ha llamado piedra, cimiento. Le invita a ver la realidad desde los ojos de Dios, puesto que dejándose llevar por las emociones del momento puede llegar a  entorpecer el proyecto del Padre encarnado en Jesús.

Desde ahí se abre el espacio para la instrucción de la tercera parte: Jesús les comparte que quien quiera ser su discípulo  tendrá que pasar por lo mismo que pasa el Maestro, cargar con su cruz, entregar toda la vida. No se trata de sufrir por sufrir, sino de aceptar todas las consecuencias de un seguimiento que implica ir contra corriente y cuestionar los valores y poderes de este mundo. 

Quien pierda su vida por Jesús la conservará; ése será el criterio de discernimiento en el juicio de las naciones. La libertad y la felicidad solo se encuentran desde la aceptación de la voluntad de Dios.


¿Qué me dice el texto?

Decirle que sí a Jesús implica una escucha atenta de la voluntad del Padre, y muchas veces caer en cuenta de los propios errores; implica enfrentarse al orgullo y al egoísmo que podemos albergar en nuestro interior; implica cuestionar y abandonar muchos de nuestros intereses; implica descubrir que es hora de volver al camino de kénosis que hizo Jesús, en el que se hace necesario entregarlo todo (planes, criterios, ideas, sueños) por SU proyecto.

Podrían presentarse muchas resistencias interiores ante la propuesta de entrega amorosa que hace Dios, pero también está su gracia que nos anima a seguirle reconociendo nuestras limitaciones e incapacidades para realizar su proyecto, pero también reconociéndole a Él como el Hijo del Dios Vivo, que es capaz de transformarnos y redimirnos cada día con la fuerza del Amor.

Sería bueno que nos preguntemos:

¿Estoy dispuesta/o a escuchar los planes de Dios en lo cotidiano de mi vida? ¿o ya estoy segura de lo que él quiere conmigo y tengo mi esquema claro de su proyecto?
¿Cómo reacciono ante la experiencia de cualquier incomodidad, sufrimiento, indignación en el día a día?; ¿Intento verlo cómo parte de mi seguimiento y lo acojo? ¿o me quejo, reniego y me deprimo?
¿Me siento llamada/o a ser discípula/o de Jesús?; si es así, ¿estoy dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias de este discipulado?



Oración:

Te doy gracias Jesús porque me das vida gratuitamente;  gracias por tu invitación a este proyecto de amor en el que todo toma sentido, un sentido que va más allá de mí y de lo que quiero, en el que cada día me siento más comprometida, plena y feliz.
Me reconozco falible, Señor, con muchas debilidades, resistencias y miedos, pero con todo ello me entrego a ti; te ruego que me enseñes a ser verdaderamente humilde y sensible a tu voz; regálame tu firmeza para ir contra corriente, tu sensibilidad para descubrir en los signos de los tiempos cuáles son las cruces que tengo que cargar y para no perder tiempo en cosas de poca trascendencia; dame la capacidad de reconocerme discípula en constante aprendizaje, hasta la muerte,  y también de valorar  en cada hermana/o  otra/o  discípula/o. Haz, Señor, que pueda ser colaboradora de tu proyecto y no piedra de tropiezo. Amén.

Contemplación:

Me doy un tiempo para quedarme en silencio con Jesús, sabiendo que Él está presente en este camino junto a mí y me acompaña en cada paso, y aún más en los momentos de crucifixión. Le permito llenarme de la esperanza de la Resurrección, que me anima a entregarlo todo. En la contemplación me abandono en el amor de Jesús, que me capacita para amarle y dar la vida por Él.



Reflexionamos el evangelio con San Agustín (Sermón 330,2 )

“Qué significa, os suplico: Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame? Comprendemos lo que quiere decir con las palabras: Tome su cruz, es decir, soporte sus tribulaciones; tome, aquí, está por soportar, sufrir. Acepte con paciencia, dijo, todo lo que ha de sufrir por mí. Y sígame. ¿Adonde? Adonde sabemos que fue él después de resucitado: subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Allí nos ha colocado también a nosotros. Entre tanto vaya delante la esperanza, para que le siga la realidad. ¿Cómo debe ir delante la esperanza? Lo saben quienes escuchan: «Levantemos el corazón».
 Sólo nos queda por averiguar —en la medida en que nos ayude el Señor, discutir; entrar, si él nos abre; hallar, si él nos lo concede, y exponeros a vosotros lo que haya podido encontrar— qué significa: Niéguese. ¿Cómo se niega a sí mismo quien se ama? Esto es un razonamiento, pero un razonamiento humano; un hombre me pregunta: « ¿Cómo se niega a sí mismo quien se ama?» Pero el Señor responde a ese hombre: «Si se ama, niéguese.» En efecto, amándose a sí mismo, se pierde, y negándose, se encuentra. Quien ama, dice, su vida, la perderá. Lo mandó quien sabe lo que ha de mandar, porque sabe aconsejar; quien sabe instruir y sabe cómo reparar quien se dignó crear. El que ama pierde. Es cosa triste perder lo que amas; pero algunas veces también el agricultor pierde lo que siembra. Arroja el grano, lo esparce, lo tira y lo cubre de tierra. ¿De qué te extrañas? Este que así lo desprecia y lo pierde es un avaro a la hora de la cosecha. El invierno y el verano muestran lo que hizo: el gozo del que cosecha te manifiesta el propósito del que siembra. Por tanto, el que ama su vida, la perderá. Quien busque fruto de ella, siémbrela. Esto significa negarse; no sea que, amándola perversamente, se pierda.

Karen Polanco, Novicia MAR

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