TOLLE LEGE- TOMA Y LEE
Una de
las experiencias vividas en el noviciado y que me ha dejado muy marcada es la
cercanía con la Palabra. Aprender a entrar en ella, descubrir lo que hay de más
precioso y dejarme convertir continuamente. He descubierto en la Biblia una
gran fuente para alimentar mi espíritu, mi vocación, mi adhesión a Cristo y a
la misión. La Biblia no es cualquier libro, es Palabra de Dios, es Palabra de
salvación de un Dios encarnado que me llama a adherirme a su proyecto, a través
del compromiso con la vida, con la justicia y con todos los que están de alguna
manera excluidos de su Reino.
Les
comparto una sencilla reflexión desde Mt. 14, 22-33, mi mirada y el sentir del
corazón.
En el versículo 22,
Jesús despide la multitud que ciertamente no
quería irse. En el evangelio de Juan, se nos narra que lo querían proclamar
rey. Jesús reanima la esperanza de un pueblo cansado y explotado. La figura del rey les era muy importante, uno de los
pilares de los judíos: rey, tierra y templo. El rey para ellos
significaba alguien que los liberaba, defendía, guiaba y que no explotaba.
Creo que Jesús no
quería dejarse influenciar por el deseo del pueblo, aunque también fuera el
suyo (liberarlos). Pero esta no era la voluntad del padre y
por esto necesitaba orar para ser fiel al querer de Dios que lo envió. Sube
a la montaña (v. 23) y como nos dice en el cántico de Isaías
2, 3ª: “¡subamos al monte del Señor, él nos instruirá en sus caminos!”
Jesús no podía cambiar de ruta, sabía cuál era su misión y el querer de su
Padre. Él, que se había despojado de todo, no podía dejarse influenciar por
nadie.
Sufrió
por su condición como cualquier hombre o mujer y era vulnerable a las
circunstancias de su tiempo, bajo un poder opresor. Jesús sufría, se compadecía
del pueblo sufriente. Imagino que fue tentado a manifestar su poder de hijo de
Dios para liberar a su pueblo, pero primero era necesario liberar
sus mentes y corazones para hacerles libres de verdad.
Vemos
que la oración era una necesidad en la vida de Jesús y ¡cuánto más debería ser
para nosotros! Él
pasaba horas en silencio, en oración. Llega la noche, él está solo, y los
discípulos en altamar, llevados por las fuertes olas (23b y 24. El autor de este evangelio
nos dice que el viento era contrario. A mí, me llama la atención esta frase “porque tenía viento contrario” (v. 24).
Sabemos que todo en la biblia tiene un
sentido teológico. Pienso más bien, que este viento al que se
refiere, no es el riesgo que corrían en altamar, sino que se dejaban llevar por
sus propios deseos, vanidades y ambiciones, que se alejaban de los planes de Jesús. Mientras Él buscaba la humildad, los discípulos eran
arrastrados por el deseo de poder, de grandeza, de su Maestro. Por esto no
comprendían sus actitudes y sus gestos.
¡Tantas
veces también nosotros podemos esperar un Jesús poderoso, mientras despreciamos
su amor y pequeños gestos! ¿Un Jesús milagrero? ¡Si sólo lo miro así no conozco
verdaderamente a Jesús de Nazaret y tan poco podré seguirlo!
Jesús, dame un
corazón manso y humilde como el tuyo. Que no me deje llevar de las apariencias,
de mis intereses propios y búsqueda de privilegios. ¡Hazme igual y una con los
demás y hermana de todos! Testigo tuyo y signo de tu amor.
Jesús camina sobre
el agua al encuentro de los suyos (V. 25).
Encuentro en Jesús una paz tan grande y un amor por estos hombres, expresado en
la manera como se dirige a ellos y a Pedro. Que
ellos temblaban de miedo no me espanta, yo también temblaría… en plena noche,
con una tormenta así y viendo a alguien caminar por el agua es para asustar a
cualquiera (v.26).
Imagino a Jesús
riéndose gozosamente de ellos, cuando les dice: “ánimo, soy yo, no teman!” (v.
27) ¿Qué no habrá pasado por estos
corazones? Tenemos la tendencia de divinizar a los
discípulos y santos, quitando toda su humanidad. Pensamos muchas veces, que
Jesús los escogió porque eran perfectos, los mejores, los más bellos y
despiertos. ¡NO! Eran personas como nosotros, que temían, que vacilaban, se
equivocaban, pero que corrieron todos los riesgos para seguir a un Hombre que enfrentaba toda la estructura
impuesta de su tiempo, estructura dominara y esclavizadora. Un Hombre que anunció a un Dios Padre, misericordioso y
que está presente en cada uno de nosotros, no sólo en el templo, en un culto
cruento y excluyente, como en su época, que puso a los pobres y pequeños en el
centro del Reino y como los preferidos de Dios.
Estos
hombres dejaron sus vidas, su manera de ser, de vivir para arriesgar a cada día
en la novedad de Jesús de Nazaret.
Este “ánimo” viene
cargado de tanto amor…es como si Jesús dijera, “¡amigos, coraje, soy yo!” En
medio de tanta tempestad, era un medio de encontrar fuerzas para enfrentar el
mar y no desfallecer.
Pedro dijo, Señor si eres tú,
mándame ir por el agua hasta ti (v. 28). ¡Como somos
débiles, siempre queremos pruebas, nos cuesta creer sin la acción! Pedro es impulsivo y no media las consecuencias de sus
palabras. Declaró su amor por Jesús y que daría su vida por Él, y en el momento
en que Jesús más lo necesitaba, lo negó y huyó. Ante los fariseos, en
cuestiones del pago del impuesto, respondió una vez más impulsivamente.
Prometió velar con Jesús, y se durmió. Pero Pedro AMABA MUCHO A JESÚS, y
¡cómo ha sufrido con el sufrimiento de su Maestro!
En Getsemaní, tuvo otra
acción impulsiva: por amor a Jesús cortó la oreja del soldado romano, un
instinto de protección en favor de Jesús. Él no quería que lo llevasen, y
todavía estaba aprendiendo a trabajar y controlar sus impulsos.
Pedro quería siempre
estar con Jesús, por esto le pide ir a su encuentro. Era hombre
sencillo, de corazón de niño, que no medía muchas veces sus actitudes y, cuando
se vio caminando sobre el agua, temió… tal vez porque tomó conciencia de lo que
hacía, frente al mar agitado. Pedro ya era un hombre maduro, pero le encantaban
las aventuras pasadas con Jesús.
Mira qué curioso: se
hundió porque sintió miedo, no le dio miedo porque se hundía (v. 30). ¡Podemos estar como Pedro, hundiéndonos en el
mar de la vida por miedo de arriesgar, de seguir adelante!
Pedro exclamó:
¡Señor sálvame! Que hermoso este grito. Él se hundió por miedo de sí mismo, pero confiaba
plenamente en su Señor; me hace preguntarme: ¿soy capaz de pedir ayuda cuando siento las dificultades
de la vida, confío en el Señor, o intento hacer todo por mi cuenta? Me reconozco
tantas veces buscando fuerzas en mí misma, sin confiar en aquel por quien estoy
aquí.
Confianza y amor
fue el camino escogido por Santa Teresita del Niño Jesús y son
virtudes que Pedro tenía. Aun cayendo y metiendo la pata tantas veces, fue esta
confianza y amor que le permitió dar todo, hasta su vida en cruz, a ejemplo de
su maestro, de la cual se sintió indigno.
La figura de Pedro
para mí es muy importante y esperanzadora. Fue un hombre que erró mucho, ¡cuántas
veces Jesús lo reprendió!, pero se
dejó transformar y fue capaz de ir hasta
el fin, y de entregarlo todo.
Estaba yendo tan bien,
¡hombre de poca fe! (v. 31) ¿Por qué el miedo Pedro? ¿Por qué dudaste de ti mismo? Pedro confiaba
en Jesús, pero no en sí. La fe es confiar en
Dios y en los dones que Él nos regala. El acto de
creer debería romper todas nuestras barreras y seríamos capaces de tantas cosas. Jesús en su tiempo curaba
por la fe, por la iniciativa de fe de quien lo seguía. Imagino que hermosa y
emocionante esta escena de Pedro en los brazos de Jesús al hundirse. Las miradas, la profundidad de las palabras que no
pronunciaron ambos labios.
En el final de este
evangelio los discípulos también hacen su profesión de fe en Jesús (v. 32),
lo reconocen como el verdadero hijo de Dios, reconocen la majestad, divinidad y
poder de un hombre de apariencia sencilla, pero de una grandiosidad que se
revela como el amor encarnado y sembrador de la misericordia.
No
importa por lo que pasaban aquellos hombres; muchas veces no entendían a Jesús,
pero comprendían lo que pasaba en sus corazones, cuando caminaban a su lado,
corriendo riesgos, encontrando incomprensiones, rechazos… Eran tachados de
locos e imagine qué no dirían sus familias. Ellos tal vez no sabían cómo terminarían sus vidas o dónde llevaría
el seguir a Jesús, pero sabían que con Él, sus vidas tenían sentido, sabor y
alegría.
Dejaron todo para
conquistar el Todo, o mejor para dejarse ser conquistados, y lo fueron.
¡Señor, ayúdame a dejar todo lo que me impide
seguirte desde una pureza y libertad de corazón! Dame
el coraje de estos hombres que enfrentaron a todos y sí mismos para perderse en
Ti. Quiero reconocerte a cada momento como el Señor, dueño de mi vida. En el
mar de la vida, dame siempre tu mano para no hundirme en desesperanza,
desánimo, afanes o miedo. Quisiera irradiar al mundo siempre lo que recibo de
Ti: ¡AMOR, AMOR Y MISERICORDIA!
Juliana Lima, novicia MAR
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