AL FINAL SEREMOS JUZGADOS POR EL AMOR: “Estuve en la cárcel, y vinisteis a mí”


¿Quiénes son los que llegan a las cárceles?

El mundo pretende encerrar el mal pero  sabemos que la violencia nunca puede superarse con violencia, sino sólo por la gracia y entrega de la vida, como lo ha revelado Jesucristo.  La presencia de alguien en la cárcel es mucho más que una cuestión moralista; es ocasión de denuncia, de una sociedad injusta que excluye. Nosotros también somos pecadores, sólo que nuestros pecados no están tipificados en los códigos penales de nuestros países.

 ¿Quiénes son los que llegan a las cárceles? Justamente son los más pobres entre los pobres. Las cárceles son una ofensa a los ojos de Dios, porque sus hijas e hijos condenados a estar allí son lastimados en su dignidad, y en ellos Dios mismo es violentado.

Dios Uno y Trino escucha el clamor de aquellos que no tienen voz, ni vez en esta sociedad que excluye y oprime; y con entrañas de misericordia envía a su propio Hijo, quien se encarna y pone su morada entre nosotros.

Sintiéndose profundamente amados, desde un encuentro personal con Jesucristo, en la comunidad, en la Palabra y en la Eucaristía, muchas personas son  llamadas a anunciar el Evangelio de la misericordia, la reconciliación y la esperanza, entre quienes Jesús mismo ama con amor predilecto por ser los más vulnerables y se identifica con ellos: “Estuve en la cárcel… y viniste a verme…” (Mateo 25, 36).

En la Pastoral carcelaria estas personas animadas por el Espíritu Santo, salen  al encuentro del hermano que sufre para con él, generar experiencias de encuentro y profunda comunión, continuando a si el proyecto de Jesús, de hacer presente el Reino de Dios entre nosotros, de anunciar el Evangelio del Reino de Vida a todos los hombres y mujeres.

En el mundo de la cárcel este es el desafío: luchar contra todo lo que atente contra la dignidad de la persona humana, haciendo realidad el Reino de justicia y vida plena para todos.

¿Pero cómo aportar a la humanización en un sistema de muerte  que no tiene ni siquiera rasgos humanos?

Tenemos que empezar a hacernos la misma pregunta que hizo uno de los ladrones crucificados con Jesús: “¿Eres tú el Cristo? (Lc. 23, 39) ¿puede realmente ser el Hijo de Dios un reo crucificado, insultado, burlado, rechazado?

Esta pregunta nos debe cuestionar profundamente, llevándonos a desentrañar los rasgos de humanidad y de Dios que se encuentran en el Gólgota, lugar de tortura y de muerte. La cárcel, ¿puede tener algún rasgo humano y divino, puede Dios hablarnos desde allí del mensaje liberador y reconciliador del Reino?

 “No tenía gracia ni belleza, para que nos fijáramos en él, ni era simpático para que pudiéramos apreciarlo. Despreciado y tenido como la basura de los hombres, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, estaba despreciado y no hemos hecho caso de él” (Isaías 53, 2-3).

La pedagogía de Dios a lo largo de la Historia de la Salvación ha sido la de estar presente en lugares que de por sí son de dolor, de muerte, inhumanos y por eso no divino: el pesebre: lugar de animales; el Gólgota: lugar de tortura, sangre y muerte;  el sepulcro, depósito de cadáveres que huelen mal; sin embargo, en todos estos espacios está Dios, detrás del sufrimiento y el dolor, está el Dios de la vida; todos ellos son sacramentos de Dios; signos de la presencia liberadora del Dios de la Vida.


La Pastoral carcelaria tiene la misión de responder al llamado de Jesús a reconocer su Rostro sufriente en nuestros hermanos que muchas veces arrastrando una historia personal con grandes ausencias: cariño, ternura, lazos paternos o maternos, y empujados por la pobreza y las adicciones en la mayoría de los casos, no supieron encontrar otro camino que el delito que los llevó a prolongar y aumentar sus dolores y heridas a quedar detenidos. No somos sus jueces, no ocultamos que han obrado mal… pero Jesús nos pide mostrarles el Rostro Amoroso del Padre que los amó, los ama y lo amará para siempre. Y por eso les brindará siempre una oportunidad para que puedan encontrar el camino para disfrutar en plenitud la vida que Él les regaló.

Doy gracias a Dios por la hermosa experiencia de compartir en la experiencia apostólica con mis hermanos privados de libertad, en Buenos Aires Argentina, fue una hermosa experiencia que me llenó el alma.

Aprendí a amar, a querer a cada rostro que conocí allí tras las rejas; cada mirada triste, perdida, alegre; cada sonrisa tímida, amedrantada, me tocaron el alma y me llenó de misericordia, de compasión de amor, me llevó a descubrir el propio rostro sufriente de Cristo que reclamaba ser amado.

Gracias a Dios por su presencia pacífica y paciente en el pequeño, en el marginado, discriminado, en mis hermanos encarcelados. Gracias por tu gracia que me permite seguir respondiéndote sí.  Dios amor, Dios justicia, Dios misericordia, Dios compasión, Dios perdón,  quiero seguir y proseguir creyendo que tu Reino es ya una realidad entre nosotros, un Reino donde todos seremos “prisioneros del amor”, del único Amor que nos hace libres…  

Francisca Braga Malveira, 
Novicia MAR

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