REFLEXIÓN DE TEXTOS SOBRE LA ORACIÓN DE JESÚS Y ALUSIVOS EN EL EVANGELIO DE LUCAS (XI)

11. PARÁBOLA DEL JUEZ INICUO Y LA VIUDA: Lc 18,1-8


El evangelista Lucas se muestra muy atento a subrayar en su evangelio los aspectos referentes a la oración, sus modalidades, sus características.  Y lo hace mostrando antes que nada a Jesús como el gran orante, pero revelándonos también a aquel a quien se dirige la oración de Cristo. La parábola que nos propone revela las disposiciones del corazón de Dios hacia “sus elegidos, que claman a él día y noche”. La enseñanza de Jesús -expresada por medio de una parábola: el juez inicuo y la viuda, es una invitación a perseverar en la oración sin detenerse, advertencia recogida también por Pablo y propuesta por él repetidamente (Rom 12,12; 2 Tes 1,11; Col 1,3).

Dos son los personajes del relato. Un juez que no respeta a nadie y una viuda pobre e indefensa, figura típica de los marginados e indigentes en el mundo bíblico. El que debería administrar justicia es un ser inicuo. Si al final cede, es sólo para alejar a una importuna que se le vuelve insoportable. Paradójica esta enseñanza de Jesús: Si este juez inicuo atiende la causa de la viuda, mucho más escuchará Dios las oraciones de los fieles que se encuentran en necesidad.

Este texto se enmarca en el camino a Jerusalén. Todo el capítulo 17 es ofrecido por Lucas con una serie de instrucciones a los discípulos cuya esencia se resume en el servicio al Reino desde la fe; donde lo que se busca es una sociedad justa, solidaria, fraterna e igualitaria.

Es la segunda vez que el evangelista nos ofrece palabras de Jesús para enseñar a rezar. Ahora por segunda vez recurre de nuevo a parábolas sacadas de la vida diaria para enseñarnos, en el caso de esta parábola del juez y la viuda, la importancia de la insistencia en la oración (Lc 18,1-8).[1] Por medio de ella, se nos revela una imagen de Dios cercana, amiga del hombre y siempre atendiendo a las necesidades que le vamos presentando. 

La oración es el dinamismo propio de la fe que en este caso exige perseverancia y presentar sin descanso la súplica ante Dios. Para mi es fundamental en mi vida el versículo 1 de este capítulo, orar, siempre y sin desfallecer. Entiendo por “siempre”, esa actitud existencial de contar con la gracia de Dios, de pedir su asistencia, y de saber que la oración no responde a un momento puntual sino a una actitud de vida y en el decir agustiniano se trata de la oración continua, oración del deseo por medio de una jaculatoria o una frase breve que nos permita tener levantado el corazón hacia el Señor, porque dice, san Agustín, si se queda en tierra se pudre.[2] Y entiendo sin desfallecer; porque pone en juego nuestra confianza. Orar sin desfallecer es una oración esperanzada, confiada porque se sabe que Dios nos escucha, y requiere la insistencia y perseverancia.

Jesús nos repite continuamente en el Evangelio que el Padre ve y sabe lo que necesitamos. Solamente espera nuestra súplica, pues es la única cosa que podemos darle. Por esto subrayo que la oración es un don de Dios. Dios la concede a quien quiere, como quiere y cuando quiere. La oración no es cuestión de voluntad, ni fruto de un esfuerzo humano, como resaltaré en “el fariseo y el publicano”. Como don de Dios, pide nuestra colaboración, obviamente, y un empeño de nuestra libertad y voluntad. Así como la viuda fue donde el juez para que le resolviera su conflicto, así nosotros tenemos que ir a Dios para que nos de el sentido a la vida. En mis manos está reconocer esta necesidad u ofuscarme en mi menesterosidad y no acudir a la cita con Dios. Así como la viuda es una mujer que no tiene nada ni a nadie que le socorra, y no le queda más que insistirle a un descarado juez que pasa de todo, y mucho más de una donnadie, así nosotros, tenemos que presentarnos ante Dios para solicitarle humildemente lo que nos convierte en mendigos de Dios, como dice san Agustín, en aquellos que todos los días necesitan llamar a la puerta de Dios para pedirle el don de la oración, con la plena conciencia de que con nuestras propias fuerzas jamás podremos alcanzar a Dios.  Dice san Agustín, que “por muy rico que sea uno en la tierra, es un mendigo de Dios. Está el mendigo a la puerta del río y el rico a la puerta del gran rico. Al rico se le pide y éste a su vez. Si no fuera mendigo no pediría con la oración en los oídos de Dios”.[3]

Al hablar de oración sin interrupción  se habla de una oración que no se aparta de la presencia de Dios, por eso no se trata de una oración de minutos o instantes, o puntual; sino de un deseo permanente mantenido firmemente en el corazón del creyente que se convierte en su oración incesante ante Dios, a través del cual se aviva el amor y la esperanza de llegar a participar algún día de los bienes de Dios. Así dice también san Agustín: “Tu deseo es tu oración; si el deseo es continuo, continua es tu oración. Si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo; tu deseo continuo es tu voz, o sea tu oración continua”.[4]

A diferencia del juez, que demora los asuntos, Dios interviene a buen seguro y de inmediato respecto a los que claman a él día y noche. Lo importante es que cada creyente esté preparado: nadie debe ser encontrado sin esa fe obstinada, que se convierte en oración e invocación incesante, cuando vuelva el Hijo del hombre.

Dios es Padre, Dios es amigo, Dios es juez; pero un Padre cuya ternura no tiene límites y cuyo poder es igual a su amor; un amigo cuyo amor es inalterable y está a la completa disposición de todas nuestras necesidades; un juez siempre justo, al que siempre conmueven nuestras súplicas y que es solícito para responder a ellas. Quiere que le insistamos, impone estas llamadas, reclama estas peticiones, para estar seguro de nuestro amor, para saborear la dulzura de tener una prueba de él, aunque sea interesado”.[5]

En la actualidad, dentro de la vida cristiana y de la vida religiosa hay una gran inquietud por el tema de la oración. La orden de agustinos recoletos en su tarea por revitalizar la orden ha comenzado por volver a la raíz de la espiritualidad agustiniana. Nos estamos dando cuenta que hemos hecho muchas cosas, pero hemos descuidado lo esencial. Volver a la oración es volver a la experiencia fundante que nos trajo a la casa de la vida religiosa. Por esta razón, se están retomando los retiros y los talleres de oración para revivir la espiritualidad agustiniana que hunde sus raíces en la interioridad, es decir, en la conversión, en esa vuelta al interior para curarnos de la dispersión que nos genera este mundo convulsionado pero también nuestra soberbia. Los últimos documentos de la Iglesia, así como el documento final del Congreso de Religiosos del 2004: “Pasión por Cristo, Pasión por la humanidad, reflejan esta inquietud, sobre todo, nos recordaban bajo el icono de la samaritana, el reconocer nuestros “maridos”, y volver al “absoluto de Dios”.  Conocemos también que aunque hay mucha donación en la vida religiosa, la mediocridad y la acedia se nos ha metido dentro de forma que la oración no ocupa el primer lugar en nuestra vida de consagrados. Este texto evangélico es una fuerte llamada a revisar nuestro encuentro personal con Dios y a dejar cuestionar nuestro aburguesamiento progresivo en la vida espiritual.

Por último, este texto compara a los preferidos de Dios, con una viuda. Ello significa que la comunidad cristiana vive su elección bajo el signo de la cruz, de la ausencia de Dios y del desamparo social. Confiar contra toda esperanza es la fe cierta en un Dios, que a pesar de las dificultades siempre nos escucha. Sólo nos pide que perseveremos y que no desfallezcamos. A veces ponemos en tela de juicio la acción de Dios, porque queremos que todo se nos resuelva sin una dosis de sufrimiento y espera prolongada en el Señor. Siento que tenemos que permanecer  y confiar plenamente, porque el Señor, ya nos lo ha dicho: si un juez malo puede arreglar un asunto; Dios mucho más, que es padre, amigo y acompañante cuidará de nosotros y atenderá nuestras necesidades. Para mí, lo más importante en todo esto es mantener la comunión con Dios, pase lo que pase, y suceda lo que suceda.


Nieves María Castro Pertíñez. MAR








[1] Mesters, C. Querido Teófilo, Verbo Divino, 2000.p. 146
[2]  S 229 A, 3
[3] S. 56,9; cf. S. 61,4
[4]  En Ps, 37,14
[5] Zevini, G.Lectio divina para cada día del año. Vol.  15. Ed. Verbo Divino 2003. P. 283

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