LECTIO DIVINA. IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C. San Lucas 4,21-30

 

Da clic al siguiente vínculo para escuchar la Lectio Divina: Y se alejó... porque no le quisieron recibir.

Qué bueno que en este domingo  que celebramos esta liturgia tan hermosa, a la vez sea el natalicio  de Mons. Francisco  Javier Ochoa, oar.

Hacer memoria viviente de monseñor, nuestro fundador, es hacer memoria de un profeta y un místico como Jesús. Místico porque vivió con intensidad su amor a Jesucristo y su pasión por el Reino. Místico porque no fue un hombre elevado y desconectado de la realidad, sino que como “hombre de Dios”, vio la realidad y dio una respuesta desde la fe y para la justicia (atender a las niñas abandonadas en la misión de China).

Que el Señor en este día nos ilumine a cada MAR, mirando DESDE ESTE EVANGELIO  nuestros orígenes  para redescubrir nuestra razón de ser en y para la iglesia, y asumamos, como nuestro fundador, nuestra misión profética, que parte de una mística (ser mujeres de Dios) y conduce a una misión: opción por los pobres llevando la Buena Nueva. 


CONTEXTO:

Seguimos avanzando en la vida pública de Jesús. La semana pasada Jesús entró en la sinagoga y lleno del Espíritu Santo proclamó el año de Gracia. Esto llena las expectativas del pueblo en su espera mesiánica, pues Jesús está respondiendo al plan de Dios con su palabra y con su vida. Lo que no gusta a sus coetáneos es la  forma cómo lo va a realizar, de allí que de la admiración pasen al rechazo. Jesús les echa en cara su incredulidad proponiéndose como profeta aludiendo a Elías y a Eliseo que no pudieron hacer milagros en su tierra. Los paisanos de Jesús no soportan que él sea un profeta. Ellos hubieran soñado con un superhombre. También Jeremías en la primera lectura es el símbolo del profeta veterotestamentario que como Jesús será rechazado y perseguido. A cambio Jesús trae el amor y con ello la Iglesia nos presenta hoy esa hermosa lectura  de Corintios 13. El amor es la santidad y la humildad es el camino. Solo pegados a Cristo podremos vivir esta experiencia de fe que nos conduce por el camino de la cruz, hasta la certeza de la eternidad, desde la mística y la profecía.

La Palabra que escuchamos nos convierte en verdaderos profetas con misión de gracia para con todos los que están en necesidad y viven con sencillez de corazón. A ejemplo de Cristo, el profetismo cristiano nos tiene que llevar -si es necesario- a aceptar la muerte con esperanza de resurrección. Este es el sentido pascual de la celebración eucarística.

EL TEXTO

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4,21-30. En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: -¿No es éste el hijo de José? Y Jesús les dijo: -Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm. Y añadió: -Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

Terminada la lectura le devolvió el rollo al encargado y se sentó para proceder a su explicación. Leídas las esperanzas (semana pasada), Jesús se limitó a decir que “hoy” se habían cumplido (texto de esta semana). Es un “hoy” que se enmarca en el “ya” pero “todavía no” y que supone dar a cada generación la misma oportunidad para subirse al carro salvador. En el decir de Acebo nos encontramos con una palabra, un pasaje de la Escritura, una oportunidad de la mano, un cambio de vida posible…todo eso quiere decir “hoy”.[1] La escucha exige una toma de postura que contemple que el reino viene de la mano del rey.

Parece que por el mensaje de esperanza, el tono, la seguridad, la autoridad que emitía su persona, sus paisanos quedaron admirados, reconociendo que Dios estaba detrás de sus palabras (Dt 8,3). El asombro era aún mayor cuando le reconocían como hijo de José. ¡Una persona como ellos no podía ser quien trajera la liberación anunciada de Dios! También había que pensar que, para el pueblo judío del siglo I, la primera obligación de un joven era para su familia, su pueblo y su clan, y no parece que la vida que estaba llevando Jesús siguiera ese camino, lo que no hablaba en beneficio suyo[2].

La respuesta de Jesús a esta reacción de sus paisanos se centra en hacerles ver que la lectura que él ha hecho tiene su origen y razón de ser en la propia Sagrada Escritura que ellos parecen conocer tan bien. Les invita a que recuerden el capítulo 17 del primer libro de los reyes y el capítulo 5 del segundo libro de los Reyes. En el primer caso la beneficiaria de la acción es una mujer libanesa; en el segundo, un general sirio. ¡Líbano y Siria! ¡Casi nada, entonces y hoy! El desenlace es brutal. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó.

Estamos en los comienzos de la actividad de Jesús en versión de Lucas. El autor nos presenta a un Jesús sintetizando y llevando a cumplimiento el mensaje de gracia acumulado a lo largo del Antiguo Testamento, mensaje que, sin embargo, el Pueblo de Dios parece haber olvidado e incluso manipulado en beneficio exclusivo suyo. El viento del Espíritu sopla fuerte en la obra de Lucas ya desde los comienzos de ésta. En el interior del Pueblo de Dios hay malestar y rabia por los aires del Espíritu[3].

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

Me fijo en Jesús.

Es Jesús el primero que se da cuenta de lo que va aconteciendo dentro de la sinagoga, ya que lee en los corazones una actitud que no corresponde  con este entusiasmo inicial. Todo va en crescendo: del asombro se pasa a la extrañeza, de ésta al rechazo, a la indignación y a la hostilidad. En medio de esto Jesús discierne y da la respuesta. Cita un proverbio popular que podía ser despreciativo para su persona: “Médico, cúrate a ti mismo”, seguido de otro sobre los profetas, que no son acogidos entre los suyos. Mc 6,4 refleja lo mismo con otra construcción: Ningún profeta es despreciado sino en su tierra, entre sus parientes y en su casa, una fórmula que Lucas suaviza porque no quiere incluir a los familiares de Jesús dentro del rechazo.[4]

Jesús no se equivoca al catalogarse como profeta a la hora de definir su identidad, pues la mayoría de sus coetáneos le tildan con ese título que conlleva rechazo aparejado con muerte.

Jesús no vive a medias tintas, como tal vez me pueda pasar a mi o a cualquiera de nosotros, por eso hay una invitación muy especial hoy a retomar nuestro profetismo bautismal, donde fuimos ungidos como Jesús para ser profetas.

El profeta es UN “HOMBRE DE DIOS”; Dios ha irrumpido en su vida. El profeta se transforma en una persona disponible, que no vive ya para sí mismo; que no se pertenece. Esta disponibilidad no es en ocasiones fácil (cf. Am 3, 3-8; Jr 20, 7-9). El profeta experimenta dificultades y crisis; es acosado por el temor. Con todo, termina abriéndose a los planes de Dios y va a donde lo envía Yahvé y proclama todo lo que Él le manda (cf. Jr l, 7).

"Hombre de Dios", el profeta tiene una experiencia de Dios que se va haciendo cada vez más profunda y exigente. Él  le descubre gradualmente su proyecto en la historia y, sobre todo, lo introduce en una intimidad vital. "El 'pathos' divino viene sobre él. Lo mueve. Irrumpe como una tempestad del alma, tomando posesión de su vida interior, de sus pensamientos, sentimientos, deseos, esperanzas. Toma posesión de su corazón y de su mente dándole la fuerza de ir hacia el mundo"[5].

El profeta, en cierto modo, sintoniza con Dios a quien percibe cercano y presente en la historia. Y su experiencia se transforma en testimonio y en compromiso con las exigencias de Dios sobre el pueblo. Es el siervo que ejecuta los mandatos de su Señor; el discípulo que acoge las enseñanzas de su maestro y las transmite y pone en práctica.

El profeta conoce la realidad y está enraizado en ella. Por este motivo vuelve a proponer siempre el proyecto de Dios y anuncia el juicio de Dios en esa situación. Sacude, de este modo, las conciencias y las enfrenta al juicio de Yahvé  que purifica y exige decisiones nuevas como expresión del cambio y de la vuelta al camino de la Alianza.

Hoy, el Señor, nuevamente, nos pone el dedo en la llaga. Ser profeta no es nada fácil, conlleva riesgos. Pero hay algo importante, muchos profetas de todos los tiempos han muerto porque sintiéndose libres, plenos en Dios y apasionados por él no escatimaron ponerse al frente de la verdad y decir y actuar como Jesús lo hubiera hecho ante situaciones de opresión e injusticia.

Nuestra Iglesia necesita tomar conciencia de que hemos sido ungidos como profetas para dar testimonio y hacer valer los derechos de los más pobres, no comulgando con el sistema establecido. Cuando digo Iglesia digo cada uno de nosotros los cristianos. Tenemos una identidad muy definida y es que somos hijos/as de Dios y por tanto, vivimos por encima de todo un proyecto de comunión, inclusión que debe hacernos cada vez más humanos y más hermanos como lo fue Cristo desde su práctica de la misericordia y la compasión.

 Me fijo en sus paisanos

Sorprende cómo reacciona la gente: al principio todos están admirados de las palabras de Jesús, y dan testimonio de él (4,22), poco después preguntan por la identidad de Jesús. Pero al oír los ejemplos de la viuda de Sarepta y el sirio rico y  leproso Naamán, se llenan de ira (4,28) y quieren matar a Jesús. Quizá a los oyentes no les gustó la opción de Dios a favor de los gentiles, o de los pobres como la viuda, o de los ricos como el leproso. O puede ser que los oyentes reflejen a las personas acomodadas: les gusta escuchar palabras bonitas y edificantes, pero no aceptan que el mensaje se realice en el mundo y cambie. Ellos, que están, no sufren, no tienen ningún interés personal en cambiar su situación, porque este cambio podría conllevar inconvenientes y no les representa ninguna ventaja para ellos.

A ninguna persona se le pide que ella sola mejore y cambie el mundo. Elías ayudó sólo a una viuda y Eliseo curó únicamente a un leproso, pero ambos consiguieron que una persona experimentara la salvación de Dios.

¿Qué pequeños pasos podría dar yo para que alguien experimente la voluntad salvífica de Dios?

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO?

Gracias Señor por tu palabra. Es una palabra que molesta si voy a lo profundo de mi ser. Me deja removida por dentro y cuestiona mi actuar como cristiana y religiosa.

En esta sociedad donde estoy sumergida ¡qué difícil es marcar la diferencia! ¡Qué difícil es vivir contracorriente en un mundo que lo tiene todo y no quiere desacomodarse! Allí también estoy yo formando parte de él.

¡Incomódame Señor con tu palabra!, no permitas que me vaya devorando la vorágine de la prisa, del trabajo, del consumo, del relativismo, del no compromiso con la justicia, del miedo a perder…

Ayúdame a mirar de frente la realidad y a vivir haciendo el bien, pero desde una profunda intimidad contigo, Maestro, para que eduques mi corazón y se conforme a tu voluntad, que es la expresión máxima de tu gran misericordia.

Amad lo que vais a ser. Vais a ser hijos de Dios e hijos de adopción. Eso se os otorgará y se os concederá gratuitamente. Vuestra participación será tanto más abundante y generosa cuanto mayor sea vuestra gratitud hacia aquel de quien la habéis recibido. Suspirad por él, que conoce quiénes son los suyos. No tendrá inconveniente en contaros entre los que él sabe que son suyos, si, invocando el nombre del Señor, os apartáis de la injusticia. Tenéis, o habéis tenido, en este mundo, padres carnales que os engendraron para la fatiga, el sufrimiento y la muerte; pero, pensando en una orfandad aportadora de mayor felicidad, cada uno de vosotros puede decir de ellos: Mi padre y mi madre me abandonaron (Sal 26,10). (San Agustín. Sermón 216,7-9)


Nieves María Castro Pertíñez. mar





[1] GÓMEZ ACEBO, ISABEL. LUCAS. Navarra 2008. 115,
[2] Ibíd, 116
[3] A. BENITO. DABAR 1989, 11 http://www.mercaba.org/DIESDOMINI/T-O/04C/marco_do_04c.htm (consultado el 26-01-2016).
[4] Ibíd, 116
[5] A. HESCHEL, Il messaggio dei Profeti (Roma, 1981) p. 118.



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